10 junio 2011

Carta a Vos mismo

¿Nunca lo imaginaste, verdad? No, por supuesto, no podías verlo venir. Nadie pudo. Pero ahora te ves a vos mismo envuelto en algo de lo que no vas a poder salir sin perder. Te lo advertí. Desde el principio te lo dije. Te dije que deberías haber hecho. Adonde deberías haber pisado. Qué lado deberías haber abrazado. Pero no. Nunca me haces caso, ¿verdad?
                Típico. Nunca lo hiciste ¿Hace cuantos años que te conozco? ¿Seis, siete años? Y aún así te conozco mejor que vos mismo. Es increíble.
                Cuando empezaste a ignorarme, es el momento en que menos deberías haberlo hecho. La cagaste. Una y otra vez. Diste un paso en falso después de otro. Incluso cuando empezabas a hacer las cosas bien, inevitablemente hacías algo que tiraba por tierra todo lo que habías logrado.
                La traicionaste. Lo sabes. Y se que te carcome por dentro. Puedo ver lo que te pasa. Soy parte de vos y veo como cada vez que repasas el momento en que fallaste, te invade un sentimiento de asco hacia vos mismo. Te detestás. Y me detestás. Porque sabés que yo tenía razón. Siempre lo supiste. Pero decidiste ignorarme, por el solo hecho de que pensabas de que podías hacerlo solo.
 No podés. Esa es la verdad. Nunca pudiste. Para algo estoy yo aquí. Aparte de que nos odiemos mutuamente, tenés que recordar que dependemos uno del otro. No podes existir sin mí así como yo sin vos no existo. Somos uno. Siempre lo fuimos.
                Ella lo sabía. La otra también… nunca lo pensaste. Esos sentimientos que quedaban dentro tuyo se fueron de control, ¿no es cierto? Aguantaste bien. Hasta que se salió de control. Y una vez que empezaste no pudiste parar. No podías. Veías lo que pasaba, pero era como si no fueras vos. Como si vieras un film, y vos solo fueras un desafortunado espectador. Nunca quisiste hacerlo. Al menos te diste cuanta de lo que sucedía y frenaste antes de que fuera demasiado tarde. El problema es que la culpa por haberlo siquiera intentado te va a perseguir. SIEMPRE.
                Pero ahora tenés que callar. Tenés que cerrar la boca, sonreír y seguir adelante. Eso nunca sucedió. No es verdad. Fue solo una pesadilla. Te vas a dar cuenta con el tiempo de que todo fue una farsa de tu mente. Si nunca pasó, nunca lastimará a nadie, ¿verdad?
                Ya tocaste fondo. No sabés que hacer con eso. Es difícil, lo sé. Pero lo mismo tenés que levantar la cabeza y seguir adelante. Porque no hay otra. Y quiero que sepas que voy a estar ahí para ayudarte. Si algo aparece por ahí a joderte, voy a salir a reventarlo, que no te quepa la menor duda. Porque te necesito. Ya aunque no lo admitas, me necesitas.
Nos vemos afuera
Joaquín

08 abril 2011

Nada

El anciano señor Fernández miró sus manos arrugadas… miró el polvo acumulado a su alrededor. Observó con la vista cansada los desvencijados volúmenes en los estantes en las paredes del cuarto.
“Hoy son cuarenta años” se dijo con la voz ronca, arenosa. Lo curioso es que, por más que hiciera memoria, no recordaba qué había ocurrido hace cuarenta años exactamente. Su memoria llegaba solo hasta lo que había ocurrido esa mañana. Recordaba otros detalles de su vida: sabía que se encontraba en su casa. Tenía la certeza de acordarse de su nombre, de los días de su juventud, de su cumpleaños número cincuenta y cuatro… Lo que ignoraba era lo ocurrido en los últimos años. Era como si su memoria hubiera estado envuelta en bruma por un largo tiempo.  Como si sus recuerdos más recientes se hubieran convertido en una nebulosa gris y por más que buscara en ella solo encontraba voces distantes, colores sueltos, rostros indistintos y ninguna sensación cálida. Solo un recuerdo era completamente nítido:
            Desde una ventana de su casa, Fernández observaba a una mujer. Ella vestía un abrigo marrón y llevaba un par de valijas en las manos. Caminaba apresuradamente hacia un Ford Falcon azul que estaba estacionado frente a la calle. Su pelo marrón se movía acorde a ella caminaba a paso apresurado. Abrió el baúl del auto y puso allí las valijas. Luego giró hasta ver directamente hacia los ojos de Fernández, como si ella supiera… no, fehacientemente sabía que él estaba allí. Su rostro pálido era bello, pero triste. No sería mayor de cincuenta años. Él pudo ver como las lágrimas resbalaban de sus ojos castaños. La vio susurrar una palabra… “perdóname”…
            La imagen se fue tan instantáneamente como llegó, como si fuera una cinta de película rota. Las preguntas empezaron a agolparse en la mente del anciano. Preguntas que sabía que no tendrían respuesta.
            Se levantó de su silla. Sus rodillas crujieron como bisagras oxidadas, provocándole un relámpago de dolor intenso. Con un gemido ahogado, cayó al suelo, sorprendido. Esa era la primera vez que le pasaba… al menos que él pudiera recordar. Desde el suelo pudo ver el bastón bajo la silla. Se arrastró hasta asirlo y así pudo enderezarse.
            Ahora, finalmente de pie, pudo caminar con dificultad (sentía punzadas de dolor en la pierna izquierda, probablemente por la caída). Cruzando la puerta, llegó a la sala de estar. Los grandes ventanales, otrora hermosos, ahora dejaban entrar poca de la luz del día nublado a través de sus mugrientos cristales. “Los malvones solían ser preciosos” recordó con tristeza don Fernández observando las macetas junto a los ventanales. De sus plantas solo quedaban guiñapos marchitos que caían tristemente al suelo.
            De repente su mirada se vio atraída por un lugar en el salón. Contra una de las paredes, estaba clavada una pequeña estantería de madera. Sobre ella había varias fotos. En ellas aparecían él, unos niños y varias personas que no pudo identificar. Una le llamó la atención. Era él, lo sabía. Habrá tenido unos treinta años en la foto. Estaba en un prado, sonriente. Estaba abrazado a una mujer… la mujer del recuerdo…
            Lo triste de esta historia es que Fernández olvidará todo esto al día siguiente. Su Alzheimer le carcome la mente cada vez más. El no lo sabe. Nunca lo sabrá. Nunca averiguará que él una vez tuvo familia. Que fue feliz. Que tuvo amigos. Nunca sabrá que su edad actual es de ochenta y siete años.
            Nunca sabrá que su esposa lo abandonó en su casa, huyendo en el Falcon que él ya no podía conducir por el avance de su enfermedad, hace exactamente cuarenta años.

04 abril 2011

Delirio

¿Saben que? Jodanse. No quiero sus palabras de consejo ahora. Es muy tarde. Ya nada de lo que digan o hagan puede impedirme que haga lo que debo hacer. Ya estoy lejos de toda ayuda. Incluso de ayudarme a mi mismo. Ya no puedo volver atras... no puedo... simplemente no tengootra opcion mas que la de seguir.
Si, es descabellado. Mi acto de a continuacion es enfermo, bizarro, asquerosamente vil, pero... ¿Quienes son ustedes para juzgarme?¿Acaso piensan que yo quise terminar asi?¿Acaso piensan que de haber sabido como acabaria todo esto, no habría escapado cuando tenia la oportunidad? "Siempre hay una oportunidad"... ¡¡¡MENTIRA!!!  Si solo ustedes supieran por lo que tuve que pasar, lo que me hizo hacer esto. No tienen la más minima idea de lo que es mi vida, mi calvario, mi Infierno.
Quitarme la vida no ayudará en nada. Incluso en los momentos mas profundos de mi locura, esa idea cruzó por mi cabeza, como un alivio a todo este pesar, todo este veneno que me corroe la razón, pero eso solo haría mi situación más insostenible...
Yo no queria esto... no quería... ellos me obligaron... tonto, imbecil, ciego. Debi haberlo sabido. Debi haber sabido que en sus manos solo me convertiría en una pieza de ajedrez, una marioneta sin voluntad, empujada por manos impiadosas a cometer los actos mas impíos imaginables por el ser humano.
Hoy es mi última noche. Cumpliré con este último acto y será todo. Desde que supe lo que tenían planeado hacerme cometer, no pude dormir. No pude ni siquiera mirarme al espejo. Si ahora lo que queda de mi persona es una cascara vacía de lo que solía ser un ser humano ¿qué sera de mi una vez que termine todo esto? Si hubiera algun Dios que pudiera ayudarme, rezaría. Pero mi vida es la prueba de que tal ser superior no existe.Y si existe, no le preocupamos.
Oh, no. Es la hora. Debo hacerlo. Sino, las consecuencias serán peores. Mierda, no quiero hacerlo ¡¡¡¡NO PUEDO!!!! Pero debo... y se que estos son mis últimos momentos de cordura...

01 febrero 2011

Sangre (Parte III)

Nunca me había preparado tanto para una sola presa. Ni siquiera para Fernández. Tenía un plan y había de seguirlo a la perfección. De lo contrario, mi secreto sería descubierto por todos, yo sería expulsado, o peor, juzgado y encarcelado. No podía permitirlo.
Mientras me vestía, ocultaba en mis ropas lo que habría de usar esa noche para ejecutar mis propósitos. No pude evitar mirarme en el espejo antes de salir. No me gusta alardear, pero me veía bastante bien aquella noche. El traje se ajustaba a la perfección a mi cuerpo. Mi pelo negro brillaba bajo las luces del foco y mis ojos negros tenían esa chispa de siempre. Perfecto. Debía verme lo mejor posible.
Tomé un taxi y llegué al salón. En la puerta, todo transcurrió con normalidad. Cuando entré, podía sentir como todas las cabezas giraban para verme. Estoy seguro que ninguno de los invitados esperaba verme allí. Además, considerando mi aspecto, no creo que la mayoría me haya reconocido hasta la segunda mirada. Es verdad que estaba muy cambiado.
- ¡¡Eh, Joaquín!!
            Seguí esa voz y vi como José me llamaba con la mano levantada desde una mesa al fondo del salón.
- ¿Como andás, che? -  me dijo una vez que llegué. Reparé que los que ocupaban la mesa eran todos los marginados que, por alguna razón desconocida (quizá similar a la mía), habían sido invitados.
            Entre sus rostros reconocí a mi presa. 1 metro sesenta y dos. Enormes ojos castaños. Pelo negro y corto. Hermosa figura… y fijación por mí. Su nombre era Constanza.
            Descubrí sus sentimientos el hace mucho. Estábamos juntos en la clase de arte. Pude notar como me observaba desde el fondo de la clase. No tarde en darme cuenta que se había enamorado de mí. Cada vez que le hablaba se ruborizaba y entreveraba las palabras al hablar. Sería un idiota si no usara eso a mi favor.
            Los otros hablaban estupideces, como de costumbre. Yo seguía la conversación, pero trataba de que no se notaran en mi rostro, mis expresiones y mi voz las intenciones que tenia sobre Misa.
            Pasaron todos los actos idiotas de aquellas fiestas. El video… las velitas… el vals… cuando llegó el momento del baile tuve que contener mi ansiedad… todavía no… después….
            En la segunda parte del baile, aproveché mi oportunidad… me acerqué a ella por detrás…
- Coni… - le dije, susurrando en su oído. No pude evitar sonreír al notar su estremecimiento – tengo que hablar con vos un momento…
Ella se dio vuelta y me siguió… al llegar a la mesa, tome un par de copas de la mesa, las llené y le di una a ella…
- Aquí no – dije – vamos afuera…
            El salón tenía una puerta de vidrio que daba a un jardín exterior. En la pared del fondo del mismo, había un agujero que daba a un galpón abandonado.
Hacia allí la llevé
- ¿Qué querías decirme? – me preguntó con un dejo de esperanza en la voz
- En realidad… dije eso solamente porque quería estar a solas con vos… - dije, poniendo mi mejor expresión de timidez…
- ¿En serio? – dijo, y pude ver como sus ojos adquirían un brillo de ilusión… tuve que contener la risa….
Empecé a acercarme a ella, cada vez mas, hasta que mi rostro quedo a milímetros del suyo…pude sentir el sonido de su respiración y como su corazón se aceleraba rápidamente…
- Hace mucho que quería estar con vos a solas…
- Yo… tengo algo que decirte… - me dijo y se sonrojo… - Estoy enamorada de vos desde séptimo grado…
            Sonreí… en ese momento aproveché su momento de debilidad.  La tomé entre mis brazos y la besé… hasta que ella dejo de responder…
            La aparte de mi y comprobé que se había quedado inconsciente. Perfecto… el somnífero que había introducido en su copa hecho efecto… la alcé entre mis brazos y la llevé al galpón.
            Allí estaban las cosas que había llevado la noche anterior: la camilla, el suero, los frascos y los utensilios de cirugía. La puse sobre la camilla… el foco del techo iluminaba su pelo…
- Te vas a sentir tan confundida cuando despiertes… bueno… si es que despertás alguna vez, preciosa…
            Me puse los guantes, le conecté el suero y tomé el bisturí… hora de cosechar…

Sangre (Parte II)

Así comenzó todo. En cuanto al Dr. Fernández, nadie pregunto por él. Era un hombre solitario, casi un ermitaño. En cierta forma me recordaba a mí mismo. Luego de enviar a su secretaria una carta (naturalmente, escrita por mi) diciendo que se jubilaba y que cerraba el consultorio, todo estuvo limpiamente hecho. A veces lamentaba tener que haberlo matado, pero recordé que él conocía mi secreto… además, su sangre era deliciosa… 
Como dije antes, me habían dado el alta de mi terapia, así que mis padres estaban un poco más tranquilos. Pero, para dar la impresión de que el tratamiento realmente había funcionado, empecé a integrarme con gente en la escuela.
Era una secundaria común y corriente. Otra escuela pública más, con sus clásicas divisiones sociales entre alumnos. Populares, normales y marginados sociales.
Los populares eran toda una piara de imbéciles, que solo vivían para sus deportes, los bailes, las bromas pesadas y pensando cada día como seguir siendo así. Tarados…
Los normales, como lo decía su nombre, estaban en la escala de lo socialmente aceptable para esa edad. Pero, a pesar de que intente integrarme, siempre me miraron con extrañeza. Deje de intentar cuando vi que solo podían sobrevivir lamiéndole las botas a los populares. Resultaron ser unos pusilánimes.
Entre los marginados encontré mi lugar. Es extraño como el grupo más apartado suele ser el más maduro  y que luego consigue más éxito en la vida. La popularidad de los demás no sirve en el mundo real.
Los marginados eran el más heterogéneo grupo que se podría haber encontrado. Iban desde rockers, emos, darks y fanáticos de dibujos japoneses a chicos normales que se negaban a seguir la línea de los populares.
Y entre ellos, disimulado, uno que no entraba en ninguno de esos subgrupos. Entre los marginados me creyeron su presa… nunca sospecharon que yo era su depredador…
Viví mucho entre ellos. El éxtasis que me provoco el provoco el probar la sangre de Fernández persistía, así que me veía forzado a buscar presas frescas. Paradójicamente, no podía casi conseguirlo. Casi todos vivían con sus familias. No podía arriesgarme a matar a nadie. Hasta que….
- Pss… Joaquín….
- ¿Qué queres, José?- dije dándome vuelta para observar a mi…. “amigo”
            José era uno de los chicos normales opuesto a los populares. Era demasiado vivaz para mi gusto. O quizás yo era demasiado sombrío. No lo se. Cuando el murió, extrañamente no lo lamenté. Creo que imaginaran por que…
Ese día estaba mas emocionado que de costumbre. Vino con su estúpida mirada entusiasta de siempre y con un pedazo de papel en la mano.
- ¿Adivina que es esto? - me dijo sacudiendo el rectángulo de cartulina frente a mis ojos
- ¿Algo que va a terminar trabado en tu garganta si no me decís que es? – dije con la mejor cara de desinterés fingido que pude
- Es una invitación al quince de Agostina… - dijo y sonrió al ver mi cara de sorpresa (auténtica esa vez). – dice que es en…
            En ese momento deje de escucharlo… porque había tenido una epifanía… ya sabía como conseguir lo que buscaba… saciar mi sed…

Sangre (Parte I)

Siempre tuve esa idea fija en la cabeza. Sangre. Desde chico incluso solía rasparme los brazos o las manos para sentir en mi boca su sabor a gloria. Los otros niños se alejaban de mí, asustados. Yo no era malo ni nada en mi comportamiento sugería que era peligroso para alguien. Pero ellos lo intuían. Se quedaban en un rincón del patio, observándome con miedo mientras me relamía las palmas de las manos. En esa etapa de mi vida carecí de amigos y gente que me comprendiera. Sinceramente, no me importo mucho, o no lo recuerdo. Era solo un niño con sed, entretenido en su propio mundo.
Luego, pasó mi adolescencia. Mi… “adicción” no había disminuido… es más había aumentado. Ya buscaba cualquier excusa para poder acceder al delicioso néctar de mis venas, no importara lo bizarra o extraña que fuera.
Mi vida era tranquila hasta que llegó la libreta de calificaciones. Mis notas eran inmejorables, las mejores de toda la escuela, pero, según la anotación de la psicopedagoga yo tenía “problemas para relacionarme con el resto del alumnado”, así que mis padres, por preocupación, me mandaron a un analista. Dr. Alfredo Fernández… Lo odiaba. Me preguntaba cosas, cosas que nadie más debería saber. Me miraba con esos ojos muertos y fríos que parecían escudriñar mi mente hasta el último rincón. De todas formas, le seguí la corriente.
Un día, sin razón aparente, me dieron de alta. Volvía a mi vida normal. Creo que en algo ayudó la terapia, ya que conseguí relacionarme con las demás personas. Casi se podría haber dicho que mi “adicción” había desaparecido.
Pero no solo no lo hizo. También mi odio hacia ese hombre me había casi consumido la razón. No podía dormir por las noches pensando que, después de todo, el conocía mi plan, mi secreto. A la perfección. Entonces no lo soporté más.
 Un día salí de mi casa a la noche, tarde. Fui a buscarlo. Lo encontré en su casa, leyendo uno de sus libros. Fui hasta la caja de luz y corté los cables. Aprovechando su confusión, use un alambre fara forzar la cerradura. Solo un insignificante “clic” se escuchó. Entré a su casa. En la oscuridad, podía oír sus movimientos desesperados y torpes, mi piel sentía la tensión en la atmósfera, podía saborear su sudor en el aire, pero pude oler otra cosa, un aroma amargo, pero increíblemente cautivador… miedo. Oh si, él sabía que yo estaba allí. Él sabía a que había ido. Y supo que a partir de ese momento, él había muerto. Lo encontré acurrucado en un rincón, con un cuchillo en las manos. Trató de defenderse, de apuñalarme… pero no le di tiempo. Lo golpeé en el rostro y en el estómago, luego le quité el cuchillo y lo agarré del cuello. Pude sentir como su sangre manaba frenéticamente por la yugular y enloquecí. Aferré mi arma y la clavé repetidamente en su abdomen, hasta que sentí como mi mano entraba en contacto con sus entrañas. Lugo, como dominado por una furia demencial, abrí un tajo en su cuello y empecé a beber su sangre. Fue la primera vez que tomé de otra persona.

13 enero 2011

El Olvidado

"Ya no me duelen todas las cosas que ayer me podian molestar"  Árbol-El fantasma
Me levanto. El sol se filtra por entre las raídas cortinas azules de mi cuarto. Me levanto y me visto con las últimas ropas que usé. Salgo descalzo a la calle. A juzgar por los apretados abrigos de las personas, hace mucho frío, aunque no puedo sentirlo. Veo a Don Miño jugando con Juan al truco. Nunca aprendí como se jugaba. Siento que la gente me atraviesa. Voy a la plaza y miro a mi alrededor. Los pájaros cantan, los chicos andan en sus bicicletas mientras piden a sus madres dinero para golosinas. Está todo tan alegre y tan lleno de vida que me pierdo en mis pensamientos… entonces la veo. Gabriela está sentada en un banco, esperando. Me siento a su lado. Ella no puede verme ni oírme. Veo que llega Pedro, y la saluda con un beso y se van los dos juntos. En ese momento no puedo con mi misma envidia de vivir de nuevo y tomo el lugar de Pedro y entonces puedo sentirla, en su mágico abrazo. Cruzamos la calle. El semáforo cumple su horario y pone el verde. Caminamos hasta un bar y hablamos… el café caliente resbala por mi garganta. No sé lo que digo y ella ríe. Oh, Dios, que dulce es esa risa… podría quedarme ahí todo la vida, con ella. Dice que le recuerdo a un amigo que la dejó hace tiempo y que ella lo extraña mucho. No puedo evitar sonreír. Me dejo llevar. Caminamos por las calles vacías del centro y nos encontramos al frente de una escuela con mis viejos amigos… Nos quedamos conversando con ellos y decidimos ir a dar una vuelta. Paramos a cenar y bromeamos y reímos todo el tiempo. Cuando nos despedimos, La acompaño hasta su casa. Gabriela me besa y me saluda dulcemente…pero de repente vuelvo a tomar conciencia. No puedo quedarme ahí. Estoy viviendo la vida de otra persona. Eso no es justo. Dejo su cuerpo y vago por el parque vacío en la fría noche de invierno, teniéndola a ella todavía en mis pensamientos. La noche cae sobre la ciudad y me quedo sentado en un banco, hasta que amanezca ¿Qué es lo que hizo esto? ¿Por qué estoy destinado a vagar sin rumbo durante toda la eternidad? ¿Qué es lo que quiere Dios de mí? No lo sé… no sé porque he dejado este mundo para ser un fantasma.

12 enero 2011

Extraño

Otra vez. Siempre la misma historia. Querría que algún día se terminara. Todos los días salir. Al sol. Al día. A fingir algo que no soy. Todos los días a cruzarme con gente que no volveré a ver en mi vida, o que, de hacerlo, no me recordarán y seré solamente una cara más en la multitud.
                Luego mi trabajo. Todo el día sentado frente a una pantalla, al igual que mis compañeros. Trabajando mediocremente, al igual que mis compañeros. Pensando en sobrevivir un día más en la mediocridad, como mis compañeros. Sonriéndole e intentando caerles bien a personas cuya capacidad e inteligencia están por mucho más abajo que la mía, pero que pueden hacer con mi vida lo que les plazca. Los detesto. Me siento una oveja más de este rebaño descerebrado.
                Pero luego cae la tarde. Y al atardecer, me transformo. Rompo brutalmente la máscara que me vi obligado a usar para vivir en esta sociedad. Y con ella caen mis inhibiciones. Mis miedos. Soy puro instinto. Mis venas son inundadas por la adrenalina.
                Y me suelto. Hago lo que me plazca, sin preocuparme por las consecuencias. Soy un animal recorriendo las calles. Soy imparable. Soy yo.
                En la noche, mi transformación se acentúa. Ya nada importa. Es como si no hubiera un mañana. Trepo por los edificios, como si pura energía fuera bombeada por mi corazón e inhalada por mis pulmones. Corro en los techos y salto sobre los callejones.
No sé si inconscientemente, pero me dirijo a su casa. Descolgándome por la pared, puedo verla por la ventana. Dioses, es tan hermosa. Mi vergüenza es lo único que me frena  a entrar, tomarla en mis brazos, decirle cuánto la amo y besarla. Ella no me ama. Ni siquiera sabe que existo. Tristemente, mi destino es observarla desde aquí. Es todo lo que podré alcanzar…
Desde una colina, observo como el alba se despliega sobre la ciudad. ¿por qué no puedo ser así durante el día?¿Por qué me dejo dominar por los demás?¿por qué no puedo amarla? ¿por qué no puedo ser yo mismo?
No lo sé. Quizás porque nadie se lo planteó nunca. Quizás porque trabajar para caerle bien a los demás es parte de quién somos. Quizás estanos para siempre obligados a usar esa máscara que nos oculta. Y los que no lo hagan serán parios, marginados, extraños. Quizás por la simple razón de que nadie puede ser como es realmente.

Y nuestra máscara se convierte en nosotros.

El Suicida

Si, ya lo sé. Me lo dijeron muchas veces. Pero les repito de nuevo. No estoy loco
        Si ustedes tuvieran noción alguna de mis razones, lo entenderían. No tienen idea lo que vi, lo que sentí, lo que viví. No podrían comprender jamás por qué esta es la mejor solución.
Mis amigos ya no están, mi familia tampoco, ni siquiera yo mismo. Soy solo una cáscara llena de recuerdos, un manojo de nervios, unas palabras en el aire y venas ponzoñosas. Ya no tengo sentimientos, voluntad, nada con que asirme a la vida.
Por eso estoy aquí. Es increíble que haya podido escapar. No sé cuanto corrí desde el hospital hasta este lugar, pero ya no importa. Es otra cosa que no vale la pena saber.
Es increíble como uno recuerda las cosas antes de partir. Recuerdo a mis padres, a mis hermanos, a mis amigos perdidos… y a ella. Pero es inútil recordar lo que ya no es. Así, mientras salto al fondo del acantilado, mis pensamientos acaecen.
¿En qué pensar antes de morir? ¿En ella? Ella no estaría nunca conmigo en un momento así. ¿Pensar en Dios? Dios no existe. Es solo una excusa que inventamos para darnos falsas esperanzas.
Quizás sea que todo lo que hay en la vida es este momento. Todas las cosas que hice en el pasado ya no importan. Todos pasaremos por lo mismo. Me recuerda una frase que leí en un libro alguna vez: “Todo lo que hacemos es polvo y nada. Todo lo que decimos no es más que silencio”

Casi no siento el impacto

La Última Carta

Laura:
Ayer me acorde de vos. Es extraño. Desde que nos conocimos nunca quise que estuviéramos separados. Y ahora, dulce ironía, no puedo volver a tus brazos.
¿Te acordás de cuando éramos chicos? En un principio no te conocía bien. Misma clase de inglés, mismo horario, 6º grado. Una formula total para él desencuentro. Sin embargo, había una especie de competencia de mi parte para superarte.
Como esperé, pasaste. Yo no me había fijado sino hasta un año después. Luego llegué a conocerte mejor. No fue amor a primera vista. Creo en que existe, pero nunca lo sentí. Quizás no estaba preparado…
En fin. No sé por qué te cuento estas cosas. A veces me olvido que ya las sabés, pero necesito escribirlas. Me sentiría mejor.
         Unos años después, volví a verte. Un amigo estaba con vos y...
No. Mejor no hablemos de eso. Es un momento de mi vida del que no me enorgullezco.
         Me acuerdo del año siguiente. Yo iba a tu oficina, para encontrarme con unos amigos, y te volví a ver. No sé qué me pasó, pero me empezaste a gustar. Desde entonces empecé a ir más seguido. Pero no tenía el valor de hablarte. Temía que me rompas el corazón, como las demás.
         Deje de verte, pero no dejaste de estar, al menos, en un pequeño espacio de mi corazón. Busque sacarte de allí, tratar de olvidarte. Busque a otras personas. Amores que me hicieran no tener que verte en cada lugar al que iba.
         Pero fue inútil. Estabas prendida a mí como si de ello dependiera mi existencia.
         No te puedo describir mi felicidad cuando estuvimos juntos. En una noche, mi vida cambió por completo. Estabas tan hermosa bajo las luces de la fiesta de esa amiga que teníamos en común. Nunca fui muy buen bailarín, ni tampoco muy arrojado, pero no sé como junté el valor para sacarte a bailar.
El brillo de tus ojos…tu pelo en movimiento… tu perfume… mi mano en tu cintura… y el beso. Ese beso fue como la gloria para mí. Fue como si después de años, fuera finalmente feliz. Como si la luz hubiera entrado en mi vida.
Fueron los mejores años de mi vida. Cada día, una risa, una caricia, una palabra de cariño, un abrazo, un beso. Esos días estaban llenos de esperanza. No podía evitar mirarme a mí mismo en el pasado y pensar que ese fui yo alguna vez. No quería que eso se acabara nunca.
Pero se terminó. Ahora no sé si volveré a verte. Cada día espero sentir tus pasos por el suelo, tus manos en las mías, tu voz hablándome en la noche. Muchas veces me doy vuelta en mi litera, esperando encontrarme con tu cuerpo, abrazarte, y saber que está todo bien. Pero solo el frío y vacío aire nocturno roza mi piel.
Mañana me mandan al frente de batalla, con otro destacamento de desdichados, sin nada más que una mochila. Un rifle y mi tristeza. Espero poder volver a verte alguna vez. No voy a pedirte que me esperés. Solo quiero que recés por mí. Quiero que te acordés que lo único que me asusta de la muerte es que te saque de mi lado. No te olvides que te amo.
                                                                           Esteban
28 de febrero de 2019

Pacto

Nunca creí encontrarme en esta situación. Ni en un millón de años. No me queda mucho tiempo de vida y quiero usarlo en escribir estas líneas, así que el que encuentre mi cuaderno sabrá que ocurrió aquí.
         Mi nombre no es un dato tan importante, sino dónde transcurre este relato.
Durante este último período de mi vida fui poseedor de una hermosa casa en un bosque del Sur de Alemania. Estaba hecha de madera de encino pintado de un color bordó oscuro. Tenía una amplia galería y una escalinata que seguía hasta un sendero que llegaba al pueblo. Pero el encanto del lugar era el estanque que se extendía en el amplio jardín frontal.
         Mi historia comienza un frío día de otoño. Mi esposa había caído irremediablemente enferma y los médicos me advirtieron que no sobreviviría a tan terrible mal. Yo, ciego de amor y desesperación, me negué a tales afirmaciones y desprecié la crueldad de tan inconcebible destino. Como poseído por una fuerza sobrenatural, busqué cualquier medio para salvarla. Consulté médicos inexpertos, pagué tratamientos experimentales, mesmerismo, e incluso consulté adivinos, brujas y charlatanes, sin resultados.
         Volviendo un día a mi hogar, abatido por la frustración y la tristeza, noté que una extraña niebla empezaba a extenderse a mí alrededor, hasta que no pude ver más allá de  la extensión de mis brazos. Luego, sentí una voz que me hablaba…
- Pobre muchacho…
         Me di vuelta, sobresaltado, y vi a una gitana vieja y fea que me miraba con lástima desde sus pupilas vacías
- ¿Quién es usted? – dije con voz temblorosa - ¿Qué quiere?
- Ayudarte – me dijo, y deformó su rostro en una horrible mueca que intentaba asemejarse a una sonrisa – Sé que tu esposa esta sufriendo hijito, y yo puedo aliviar su mal.
- ¿Cómo? – pregunté esperanzado
- Solo te diré que, cuando la planta de tu estanque cubra la mitad de su superficie, vendré a cobrar el precio.
- De acuerdo – dije sin pensarlo - ¿Cuándo empezará a curarla?
La vieja volvió a sonreír…
         Desperté en mi cama. Mi esposa no estaba a mi lado. Corrí por la casa, gritando su nombre. Al llegar a la cocina, miré por la ventana y la vi. Ella estaba afra, sonriente, con su camisón todavía puesto, bailando entre las hojas que caían entre los robles. Corrí a su encuentro. Ella también corrió hacia donde yo me encontraba. La abracé muy fuerte, como si temiera que lo que estaba viendo y sintiendo era solo un sueño cruel que se me escaparía en cuanto la soltara, pero era real. Ella estaba allí, sana y feliz. La besé. Y volví a abrazarla. Mis ojos se inundaron de lágrimas de felicidad. No podía creerlo.
         Fuimos felices unos días. Yo casi había olvidado a la vieja gitana, hasta que llegó el momento de pagar. Estaba yo cortando leña para el invierno cuando me envolvió la misma y extraña niebla de aquella otra vez. La anciana apareció frente a mí y volvió a sonreír.
- He venido a que cumplas con lo pactado
- Por supuesto ¿qué deseas a cambio?
         Vi un destello de avidez en sus ojos  negros y con una mueca de sadismo, respondió:
- El alma de tu esposa…
         Al principio, mi mueca de incredulidad fue imposible de contener hasta el punto que me reí de la pretensión de aquella mujer. Luego, observé que en su rostro, la expresión maléfica seguía presente… mi incredulidad se convirtió en horror…
- No… - dije mirando al suelo. Levanté la mirada para mirar al rostro de aquella bruja y respondí gritando - ¡No lo haré! ¡¿Estás loca?! ¡NO LO HARÉ!
         De repente, el rostro de la gitana se deformó en una expresión de odio y dijo con voz cavernosa:
- Lo pagarás. Cuando la planta de tu estanque lo cubra por completo, exactamente a los 20 días desde hoy, los muertos que no encontraron su descanso vendrán a buscarte y te llevarán con ellos al reino donde no brilla el Sol.
<<Te convertirás en uno de ellos. Estarás muerto, pero no morirás. Gritarás en la oscuridad, te retorcerás, maldecirás, rogaras tu muerte, pero esta nunca llegará. Tu condena será cargar tu dolor por toda la eternidad. Lo pagarás… ¡LO PAGARÁS!>>
Y con un alarido de mil demonios, desapareció.
Ahora se que tenía razón. Llevé a mi esposa a la casa de su hermana hace unas horas, ya que el estanque está completamente cubierto. Me encerré en mi cuarto y empecé a escribir estas notas.
En este segundo puedo sentirlos acercándose. Puedo oler desde aquí su putrefacción, puedo oír sus gemidos como perros en la noche y sus pies sin vida sobre las hojas caídas ¡Por Dios! ¡¿Acaso piensan que estoy loco?! ¡¿Qué desvarío?! ¡¡Escuchen insensatos!!
         ¡¡¡¡¡LES DIGO QUE YA ESTAN ENTRANDO A LA CASA!!!!

Colectivo

Llovía a cántaros. Y para colmo corría un viento huracanado que me arrancó el paraguas de las manos.  Eran las doce menos diez de la noche y yo corría por la banquina de la ruta.  Por alguna razón extraña, el auto se paró en seco y no había forma de que arranque.  Como mi celular no tenia señal, me puse a correr para encontrar una estación de servicio, una casa o algo.
Doce en punto. Me resigno a volver al auto  a pasar la noche allí... cuando veo una luz en la ruta, a lo lejos. Feliz, le hago señas para que se detenga. Es un colectivo azul noche, sin número de línea ni ninguna otra identificación. La puerta se abre.  El colectivero es un hombre canoso de mirada ausente.
- ¿Adonde quiere ir?
- Buenas noches,  ¿me podría llevar a la estación de servicio mas cercana, por fav...?
 - Dos con quince - me dice con voz monocorde
Busco la plata en mi monedero y pago.  Todos los asientos del colectivo están vacios. Sin darle demasiada importancia, me acomodo en el asiento de atrás, al lado de la ventanilla, y me relajo. No pasa mucho tiempo y veo que pasamos de largo una Refinor.
-Señor... - le digo, exasperada - le pedí que me bajara en la estación de servicio...
No responde
- ¡¡Señor!!
- No creo que se baje en una estación. De hecho...- se da vuelta y veo, con horror, como sus ojos se tornan completamente negros - ... no creo que nunca se baje de este colectivo...
Doce de la noche. Un hombre esta en la banquina de una ruta en una noche tormentosa. A lo lejos, se acerca un colectivo azul noche.
- Disculpe - dice el hombre - ¿podría llevarme hasta una estación de servicio?
- Dos con quince - respondo