06 marzo 2015

Alarmas

Eran las 3 A.M cuando sonó la alarma. Desde mi cama la escuché. El insomnio por pensar en Valentina, que me había dejado sólo para ir a casa de sus padres, me impedía cerrar los ojos y el sonido de la sirena me sobresaltó. Entraba por la ventana, distante, pero cercana, casi como si estuviera a dos casas de distancia. Pensé que eso estaba muy cerca. Recordé los rumores de robos violentos en la zona y empecé a preocuparme. Si los ladrones (o quién fuera que haya sido el que la activó) seguían por ahí estarían buscando una forma de escapar o de conseguir refugio. Recé para que no se les ocurriera entrar a casa, pero me quedé seguro con el hecho de que las puertas estaban cerradas con llave. Aunque no recuerdo si la saqué de la cerradura al cerrarla. Por lo que podrían romper el vidrio y usarla. O quizás no, quizás era inútil y tendrían una forma de violentarla de todas formas. Escucho un ruido afuera de la casa. Aaaah, mierda, mierda, seguro están ahí, merodeando. Tratando de esconderse entre las verjas. Los ruidos se hacen más frecuentes y más cercanos, por lo que ya estoy seguro de que no tienen en que escapar y buscan dónde esconderse. Encima esa alarma de mierda que no se apaga y sigue sonando… capaz es porque no queda nadie que la apague y los choros mataron a los dueños de casa. Puta madre, encima de imbécil dejé la llave puesta. Van a venir, van a venir…

¿Ese ruido fue la puerta?

Carajo, creo que fue la puerta

No no no no no no no no no no

Me cago en todo, quieren entrar

¿Qué hago, qué hago? Si los voy a buscar, me van a matar seguro. Pero si me quedo en la cama me van a encontrar y van a  hacer lo mismo. Ya no escucho más ruidos afuera, todos vienen de la puerta. Pero así no me van a agarrar, no. ¿Dónde dejé la escopeta? Ahí, en el armario. Me levanto rápido. No hay tiempo de vestirme. Me siento en un rincón oscuro de la habitación. Así si vienen tengo más chances de darles.

Los ruidos se hacen más intensos.

El miedo, el miedo de la espera me sube por la espalda, por las manos.

Escucho el clic de la puerta que se abre.

Es como una mano fría y amarga que me estruja las costillas aplastando mis pulmones, haciéndome respirar espasmódicamente.

Los pasos, los pasos en la casa.

El sudor me cubre como una segunda piel y mis menos tiemblan aferradas al arma que apunta a la puerta.

Alguien revuelve las cosas en la cocina, lo escucho.

Aprieto tanto los dientes que creo que me partí un incisivo.

Se acercan los pasos.

Cada vez más cerca.

La puerta se abre y una silueta oscura se recorta contra el marco.

En pánico, gritando y sin pensar disparo.

BANG

La figura cae hacia atrás emite un quejido que por alguna razón me parece extraño, pero no me paro a pensarlo.

BANG.

Cae contra la pared del pasillo a oscuras. Inmóvil. Al igual que yo. EL calor del arma me quema en las manos y por alguna razón no puedo dejar de temblar ni de llorar. El bulto está justo frente a mí, a unos metros, pero no puedo distinguirlo con claridad. Luego de unos minutos, unas horas, no sé, logro calmarme y me acerco al cuerpo.

Y me quedo helado.

Ese mechón rojo y esa piel pálida no eran las de un ladrón. Tampoco la llave que siempre estaba guardada en el marco de la puerta, que brillaba en la mano del cadáver. Tampoco lo eran esos grandes ojos castaños y la boca roja entreabierta.


Aún conmocionado por el shock no puedo dejar de contemplar los agujeros que hice con la escopeta en el pecho de Valentina.