01 febrero 2011

Sangre (Parte III)

Nunca me había preparado tanto para una sola presa. Ni siquiera para Fernández. Tenía un plan y había de seguirlo a la perfección. De lo contrario, mi secreto sería descubierto por todos, yo sería expulsado, o peor, juzgado y encarcelado. No podía permitirlo.
Mientras me vestía, ocultaba en mis ropas lo que habría de usar esa noche para ejecutar mis propósitos. No pude evitar mirarme en el espejo antes de salir. No me gusta alardear, pero me veía bastante bien aquella noche. El traje se ajustaba a la perfección a mi cuerpo. Mi pelo negro brillaba bajo las luces del foco y mis ojos negros tenían esa chispa de siempre. Perfecto. Debía verme lo mejor posible.
Tomé un taxi y llegué al salón. En la puerta, todo transcurrió con normalidad. Cuando entré, podía sentir como todas las cabezas giraban para verme. Estoy seguro que ninguno de los invitados esperaba verme allí. Además, considerando mi aspecto, no creo que la mayoría me haya reconocido hasta la segunda mirada. Es verdad que estaba muy cambiado.
- ¡¡Eh, Joaquín!!
            Seguí esa voz y vi como José me llamaba con la mano levantada desde una mesa al fondo del salón.
- ¿Como andás, che? -  me dijo una vez que llegué. Reparé que los que ocupaban la mesa eran todos los marginados que, por alguna razón desconocida (quizá similar a la mía), habían sido invitados.
            Entre sus rostros reconocí a mi presa. 1 metro sesenta y dos. Enormes ojos castaños. Pelo negro y corto. Hermosa figura… y fijación por mí. Su nombre era Constanza.
            Descubrí sus sentimientos el hace mucho. Estábamos juntos en la clase de arte. Pude notar como me observaba desde el fondo de la clase. No tarde en darme cuenta que se había enamorado de mí. Cada vez que le hablaba se ruborizaba y entreveraba las palabras al hablar. Sería un idiota si no usara eso a mi favor.
            Los otros hablaban estupideces, como de costumbre. Yo seguía la conversación, pero trataba de que no se notaran en mi rostro, mis expresiones y mi voz las intenciones que tenia sobre Misa.
            Pasaron todos los actos idiotas de aquellas fiestas. El video… las velitas… el vals… cuando llegó el momento del baile tuve que contener mi ansiedad… todavía no… después….
            En la segunda parte del baile, aproveché mi oportunidad… me acerqué a ella por detrás…
- Coni… - le dije, susurrando en su oído. No pude evitar sonreír al notar su estremecimiento – tengo que hablar con vos un momento…
Ella se dio vuelta y me siguió… al llegar a la mesa, tome un par de copas de la mesa, las llené y le di una a ella…
- Aquí no – dije – vamos afuera…
            El salón tenía una puerta de vidrio que daba a un jardín exterior. En la pared del fondo del mismo, había un agujero que daba a un galpón abandonado.
Hacia allí la llevé
- ¿Qué querías decirme? – me preguntó con un dejo de esperanza en la voz
- En realidad… dije eso solamente porque quería estar a solas con vos… - dije, poniendo mi mejor expresión de timidez…
- ¿En serio? – dijo, y pude ver como sus ojos adquirían un brillo de ilusión… tuve que contener la risa….
Empecé a acercarme a ella, cada vez mas, hasta que mi rostro quedo a milímetros del suyo…pude sentir el sonido de su respiración y como su corazón se aceleraba rápidamente…
- Hace mucho que quería estar con vos a solas…
- Yo… tengo algo que decirte… - me dijo y se sonrojo… - Estoy enamorada de vos desde séptimo grado…
            Sonreí… en ese momento aproveché su momento de debilidad.  La tomé entre mis brazos y la besé… hasta que ella dejo de responder…
            La aparte de mi y comprobé que se había quedado inconsciente. Perfecto… el somnífero que había introducido en su copa hecho efecto… la alcé entre mis brazos y la llevé al galpón.
            Allí estaban las cosas que había llevado la noche anterior: la camilla, el suero, los frascos y los utensilios de cirugía. La puse sobre la camilla… el foco del techo iluminaba su pelo…
- Te vas a sentir tan confundida cuando despiertes… bueno… si es que despertás alguna vez, preciosa…
            Me puse los guantes, le conecté el suero y tomé el bisturí… hora de cosechar…

Sangre (Parte II)

Así comenzó todo. En cuanto al Dr. Fernández, nadie pregunto por él. Era un hombre solitario, casi un ermitaño. En cierta forma me recordaba a mí mismo. Luego de enviar a su secretaria una carta (naturalmente, escrita por mi) diciendo que se jubilaba y que cerraba el consultorio, todo estuvo limpiamente hecho. A veces lamentaba tener que haberlo matado, pero recordé que él conocía mi secreto… además, su sangre era deliciosa… 
Como dije antes, me habían dado el alta de mi terapia, así que mis padres estaban un poco más tranquilos. Pero, para dar la impresión de que el tratamiento realmente había funcionado, empecé a integrarme con gente en la escuela.
Era una secundaria común y corriente. Otra escuela pública más, con sus clásicas divisiones sociales entre alumnos. Populares, normales y marginados sociales.
Los populares eran toda una piara de imbéciles, que solo vivían para sus deportes, los bailes, las bromas pesadas y pensando cada día como seguir siendo así. Tarados…
Los normales, como lo decía su nombre, estaban en la escala de lo socialmente aceptable para esa edad. Pero, a pesar de que intente integrarme, siempre me miraron con extrañeza. Deje de intentar cuando vi que solo podían sobrevivir lamiéndole las botas a los populares. Resultaron ser unos pusilánimes.
Entre los marginados encontré mi lugar. Es extraño como el grupo más apartado suele ser el más maduro  y que luego consigue más éxito en la vida. La popularidad de los demás no sirve en el mundo real.
Los marginados eran el más heterogéneo grupo que se podría haber encontrado. Iban desde rockers, emos, darks y fanáticos de dibujos japoneses a chicos normales que se negaban a seguir la línea de los populares.
Y entre ellos, disimulado, uno que no entraba en ninguno de esos subgrupos. Entre los marginados me creyeron su presa… nunca sospecharon que yo era su depredador…
Viví mucho entre ellos. El éxtasis que me provoco el provoco el probar la sangre de Fernández persistía, así que me veía forzado a buscar presas frescas. Paradójicamente, no podía casi conseguirlo. Casi todos vivían con sus familias. No podía arriesgarme a matar a nadie. Hasta que….
- Pss… Joaquín….
- ¿Qué queres, José?- dije dándome vuelta para observar a mi…. “amigo”
            José era uno de los chicos normales opuesto a los populares. Era demasiado vivaz para mi gusto. O quizás yo era demasiado sombrío. No lo se. Cuando el murió, extrañamente no lo lamenté. Creo que imaginaran por que…
Ese día estaba mas emocionado que de costumbre. Vino con su estúpida mirada entusiasta de siempre y con un pedazo de papel en la mano.
- ¿Adivina que es esto? - me dijo sacudiendo el rectángulo de cartulina frente a mis ojos
- ¿Algo que va a terminar trabado en tu garganta si no me decís que es? – dije con la mejor cara de desinterés fingido que pude
- Es una invitación al quince de Agostina… - dijo y sonrió al ver mi cara de sorpresa (auténtica esa vez). – dice que es en…
            En ese momento deje de escucharlo… porque había tenido una epifanía… ya sabía como conseguir lo que buscaba… saciar mi sed…

Sangre (Parte I)

Siempre tuve esa idea fija en la cabeza. Sangre. Desde chico incluso solía rasparme los brazos o las manos para sentir en mi boca su sabor a gloria. Los otros niños se alejaban de mí, asustados. Yo no era malo ni nada en mi comportamiento sugería que era peligroso para alguien. Pero ellos lo intuían. Se quedaban en un rincón del patio, observándome con miedo mientras me relamía las palmas de las manos. En esa etapa de mi vida carecí de amigos y gente que me comprendiera. Sinceramente, no me importo mucho, o no lo recuerdo. Era solo un niño con sed, entretenido en su propio mundo.
Luego, pasó mi adolescencia. Mi… “adicción” no había disminuido… es más había aumentado. Ya buscaba cualquier excusa para poder acceder al delicioso néctar de mis venas, no importara lo bizarra o extraña que fuera.
Mi vida era tranquila hasta que llegó la libreta de calificaciones. Mis notas eran inmejorables, las mejores de toda la escuela, pero, según la anotación de la psicopedagoga yo tenía “problemas para relacionarme con el resto del alumnado”, así que mis padres, por preocupación, me mandaron a un analista. Dr. Alfredo Fernández… Lo odiaba. Me preguntaba cosas, cosas que nadie más debería saber. Me miraba con esos ojos muertos y fríos que parecían escudriñar mi mente hasta el último rincón. De todas formas, le seguí la corriente.
Un día, sin razón aparente, me dieron de alta. Volvía a mi vida normal. Creo que en algo ayudó la terapia, ya que conseguí relacionarme con las demás personas. Casi se podría haber dicho que mi “adicción” había desaparecido.
Pero no solo no lo hizo. También mi odio hacia ese hombre me había casi consumido la razón. No podía dormir por las noches pensando que, después de todo, el conocía mi plan, mi secreto. A la perfección. Entonces no lo soporté más.
 Un día salí de mi casa a la noche, tarde. Fui a buscarlo. Lo encontré en su casa, leyendo uno de sus libros. Fui hasta la caja de luz y corté los cables. Aprovechando su confusión, use un alambre fara forzar la cerradura. Solo un insignificante “clic” se escuchó. Entré a su casa. En la oscuridad, podía oír sus movimientos desesperados y torpes, mi piel sentía la tensión en la atmósfera, podía saborear su sudor en el aire, pero pude oler otra cosa, un aroma amargo, pero increíblemente cautivador… miedo. Oh si, él sabía que yo estaba allí. Él sabía a que había ido. Y supo que a partir de ese momento, él había muerto. Lo encontré acurrucado en un rincón, con un cuchillo en las manos. Trató de defenderse, de apuñalarme… pero no le di tiempo. Lo golpeé en el rostro y en el estómago, luego le quité el cuchillo y lo agarré del cuello. Pude sentir como su sangre manaba frenéticamente por la yugular y enloquecí. Aferré mi arma y la clavé repetidamente en su abdomen, hasta que sentí como mi mano entraba en contacto con sus entrañas. Lugo, como dominado por una furia demencial, abrí un tajo en su cuello y empecé a beber su sangre. Fue la primera vez que tomé de otra persona.