16 julio 2015

Fachadas

Un hombre camina con su familia en la calle. De repente, se detiene frente a la pared de un edificio público recién refaccionado y hace como si apoyara su espalda en ésta. “Ayer había un negro así acá”, decía mientras hacía ademán de apoyar el pie en el muro. “Gente de mierda, hay que pegarles un tiro en la cabeza a todos. Así hay que hacer”.

Mientras lo veía alejarse, pensé en ese hombre y en todas las personas que comparten su opinión respecto a la limpieza de los espacios públicos y la defensa de los mismos. Vi como estos amantes de la pulcritud, altivos paladines de la pureza marchaban por las calles y tomaban el poder en pos de destruir a aquellos que mancillaran sus ideales con un poco de tierrita en el látex de las paredes. Vi los cambios en la ciudad, el francotirador en cada mural, la tasa de mortandad por las nubes, las veredas machadas de sangre y tripas (pero las vallas limpitas, ¿eh?), y la ley que obligaba a los ciudadanos a circular en medias por la vía pública.

Por horas me quedé en el lugar pensando en esto, hasta que me sentí cansado y me apoyé en la pared para descansar. Casi instintivamente apoyé el pie en la pared. Al tiempo que hacía esto, pasó el mismo hombre que me incitó a mis reflexiones. Lo miré, me miró, y por un momento esperé que sacara una 38 y me abriera un agujero en la sien por el crimen que estaba cometiendo. Pero sólo me miró feo y pasó de largo, por lo que puedo concluir que era sólo otro pusilánime.

Me tranquilicé, pero tampoco puedo dejar de pensar que el problema no es el pie en la pared sino la falta de melanina en mi piel.