Un hombre camina con su familia en la calle. De repente, se
detiene frente a la pared de un edificio público recién refaccionado y hace
como si apoyara su espalda en ésta. “Ayer había un negro así acá”, decía mientras
hacía ademán de apoyar el pie en el muro. “Gente de mierda, hay que pegarles un
tiro en la cabeza a todos. Así hay que hacer”.
Mientras lo veía alejarse, pensé en ese hombre y en todas
las personas que comparten su opinión respecto a la limpieza de los espacios
públicos y la defensa de los mismos. Vi como estos amantes de la pulcritud,
altivos paladines de la pureza marchaban por las calles y tomaban el poder en
pos de destruir a aquellos que mancillaran sus ideales con un poco de tierrita
en el látex de las paredes. Vi los cambios en la ciudad, el francotirador en
cada mural, la tasa de mortandad por las nubes, las veredas machadas de sangre
y tripas (pero las vallas limpitas, ¿eh?), y la ley que obligaba a los
ciudadanos a circular en medias por la vía pública.
Por horas me quedé en el lugar pensando en esto, hasta que
me sentí cansado y me apoyé en la pared para descansar. Casi instintivamente
apoyé el pie en la pared. Al tiempo que hacía esto, pasó el mismo hombre que me
incitó a mis reflexiones. Lo miré, me miró, y por un momento esperé que sacara
una 38 y me abriera un agujero en la sien por el crimen que estaba cometiendo.
Pero sólo me miró feo y pasó de largo, por lo que puedo concluir que era sólo
otro pusilánime.
Me tranquilicé, pero tampoco puedo dejar de pensar que el
problema no es el pie en la pared sino la falta de melanina en mi piel.