29 diciembre 2013

Aku

               Fue al despertarte. Abriste los ojos  y te desperezaste. Por la ventana entraba la luz de un amanecer carmesí. Bostezaste y te estiraste a la mesa de luz para buscar fuego. El reloj digital marcaba las seis y cuatro de la mañana. Te sentaste en la cama y desde la radio sonaba un tema de los Doors que te hacía acordar a cuando eras adolescente y te robabas el Falcon rojo de tu viejo para salir de joda con tus amigos.  Eso era cuando recién empezabas a tomar… sangría fue lo primero, que tu compadre preparaba en botellas de Fanta naranja con Termidor. También fue la época en la que empezaste a fumar.
               Con eso se cortó el hilo de tus pensamientos y te volvió el ansia. Abriste el cajón y sacaste el mechero. Los puchos estaban en el bolsillo de tu saco, al lado de la puerta de la habitación. La calidad del hotel (bah, digamos, del telo) era ligeramente superior a su precio, lo que no era mucho decir. Te recostaste contra el dintel, entre los focos infrarrojos que hacían parecer todo como un gran cuarto oscuro. Mientras fumabas, pensabas en el patético intento de las luces de infundir erotismo al tiempo que cubría las manchas duras en el suelo y en el acolchado. Por un segundo, te hipnotizaste viendo las volutas de humo que flotaban en el calor húmedo de la habitación. Las viste formar figuras imposibles, oníricas y surrealistas.
                 Al rato te aburriste y por detrás de la cortina, la viste acostada en la cama. El sudor se condensaba en su piel pálida, casi gris, y la sábana le cubría solamente los pies y una pequeña porción de sus hombros. Te fascinaba su cabello del color del fuego, que surgía de su cabeza y se extendía bajo su cuerpo como un lecho de lava. Parecía chorrear en el piso de tan abundante que era. Mientras te entretenías en esas contemplaciones, los recuerdos de la noche anterior pasaban vivos por tu cabeza: labios, lenguas entrelazadas, dos cuerpos que eran uno, labios rojos otra vez, una agonía, un sentimiento frío y una explosión de placer. Era todo lo que te venía a la mente en ese momento. Inocentemente, atribuiste la pequeña amnesia al vino tinto y a la pepa que compartieron la noche anterior.
               Con un bostezo te enderezaste. Tus pies descalzos acariciaban la alfombra cerúlea, haciéndole desprender pequeñas tormentas de polvo que se adherían a tu piel desnuda. Deslizándote lentamente a través del calor, fuiste hacia el baño. A cada paso que dabas, a cada segundo, tu cabeza viajaba. Cada lento siglo de tu movimiento te llevaba cada vez más cerca de la puerta bordó. Empujaste el frío picaporte y entraste.
               Tropezaste con los azulejos húmedos y caíste al suelo. Al enderezarte, apoyándote en el lavatorio, sentiste el fuerte olor a putrefacción que salía de quién sabe dónde. Abriste el botiquín (que parecía no tener espejo), pero ahí no estaba la causa. Luego bajaste la vista a la pileta de porcelana blanca. Entre los caños, entre el óxido de las griferías, había manchas. Manchas rojas. Por los bordes blancos del sumidero bajaban líneas rojizas que desaparecían en la oscuridad del desagüe. Con asombro y algo de miedo, quizás, seguiste el rastro bermellón que se arrastraba desde la entrada del cuarto hasta la bañadera. La cortina estaba manchada del mismo color que el resto del cuarto. Rojo. El olor a podredumbre era más fuerte allí, incluso. Con manos temblorosas, corriste las cortinas. Y si no vomitaste, fue porque tu estómago estaba vacío.
               En ese momento comprendiste todo. Los recuerdos fugaces eran algo más que una noche de sexo lisérgico. La piel de ella era pálida, casi gris, por una razón. Lo rojo que la envolvía y chorreaba en el suelo no era su cabello. Comprendiste el olor a putrefacción. Comprendiste el no verte en el espejo. Comprendiste el rojo. Todo el rojo
               Viste tu cuerpo en la bañadera, prácticamente sumergido en un líquido casi negro formado de tus fluidos corporales. Viste tus facciones putrefactas al punto de que sólo te reconociste gracias al tatuaje en tu hombro derecho. Viste las venas de tus muñecas abiertas a tal punto que tus manos colgaban apenas del hueso. Viste tu piel, tus ojos, tu boca, recorridas por moscas que se alimentaban de tus restos muertos y podridos en el húmedo aire de verano. 
Fue entonces cuando, antes de desmayarte, te diste cuenta de que el rojo que había estado durante toda tu vida, ahora te acompañaba más allá de su final.

16 noviembre 2013

Confesión

“Hola. Perdón por no haberte hablado en tanto tiempo, pero son raras las veces que siento la necesidad de pasarme por acá. Digamos que no trae muy buenos recuerdos para ninguno de los dos, ¿no? Como sea, hay muchas cosas que quiero decirte. Quizás lo debería haber hecho antes. O quizás nunca, se me hace que te rompo demasiado las bolas con este tema. Bueno, lo importante es que vine, y ya que estamos, te lo voy a decir. Tranquila, no me voy a quedar mucho. Un ratito nomás y te dejo de joder.

Hoy me senté a ver el álbum. Ese viejo álbum que tiene las fotos de esa vieja época, cuando jugábamos juntos, ¿te acordás? Na, seguramente no. O sea, yo debo ser el único de los dos con esas inquietudes. O sea, imaginate. Pasaron años de eso. Yo estaba muy distinto entonces. Era más bonito. Pero vos seguís estando igual. Al menos sé que siempre lo vas a estar en mi cabeza. El punto es que mientras pasaba las fotos me di cuenta que cuando las veía no podía recordar… el sentimiento. No se me ocurre la razón, pero a medida que miraba las imágenes, parecían cosas que le habían pasado a otra persona hace mucho tiempo atrás, alguien que conocí junto con alguien que nunca llegué a conocer bien. Eran dos extraños sonriendo en una lámina de cartón.

Eso me hizo acordarme de algo que hablé con una chica my especial hace poco. Si la conocés y todo. Le conté lo que me pasaba y ella me dijo lo que había visto. Cómo éramos nosotros. Que parecíamos desconocidos, porque ninguno sabía nada del otro. Estábamos juntos, no “amábamos”, pero no nos conocimos. Y me di cuenta que en algo tiene razón. Siempre que quise saber algo de tu vida, me esquivabas la pregunta o me dabas respuestas vagas. Igual que vos nunca me preguntabas cosas sobre mí.

Y tuvo que pasar eso. Tuve que hacer esa cosa horrible para que te des cuenta. Recién cuando nos separamos, empezaste a interesarte. Escuchaste los discos que te di. Te tomaste el tiempo de leer lo que te escribía. Empezaste a aparecer en mi vida como no habías estado antes, y me forzabas a estar en la tuya. Pero lejos de hacerme feliz, eso me entristeció. Porque pensé que tal vez todo podría haber terminado bien si hubiéramos sido capaces de romper ese muro entre los dos.

Eso me hace preguntarme ¿Qué fui yo para vos? ¿Un amigo? ¿Una pareja? ¿Un trofeo? Esas cuestiones daban vuelta por mi cabeza. No las soportaba. A pesar de todo, no podía dormir por tras de eso. Y ahora que te maté, no voy a poder saber más la respuesta.

Pero eso ya no me importa. Lo que quería decir es que ya es tarde para querer reparar las cosas. He seguido adelante y creo que soy feliz, a pesar de todo. Nada dura para siempre y mucho menos lo nuestro. Pero siempre me voy a acordar de vos con algo de cariño.

Ahora me voy. No creo que volvamos a vernos.”


El cadáver salpicó un poco de escarcha cuando el hombre salió, cerrando la puerta del freezer.

26 octubre 2013

Monocoloquio

- ¿Hay alguien?
-Sí, estoy yo ¿A quién esperabas?
- No, no sé… por ahí había alguien más y tenía ganas de escucharlo
- ¿Qué? ¿Te cansaste ya de mí?
- No, no es eso. Es que tanto tiempo acá, solos, me…
- ¿Te qué?
- …me aburre un poco
- Bueno, es común. Tanto tiempo solo con la misma persona es agotador.
- No, no digás eso
- ¿Por qué? Es la verdad. El ser humano no se hizo para vivir todo el tiempo con una sola persona, y vos lo sabés. Primero es todo entusiasmo, si la persona te cae bien. Luego es vacío. No hay nada qué decirse. Luego es aburrimiento. Que se convierte en bronca. Luego en odio. Y eventualmente uno le saca los ojos al otro con una cuchara.
- Sí, puede ser…
- Más vale que puede ser…
-…
-…
- Aunque no siempre
- ¿Por?
- Yo no te tengo bronca.
- Es porque nunca te caí bien, por eso.
- Nunca dije que me caías mal
- No, pero se te nota. Tenés una forma de mirarme que deja a traslucir tu desconfianza.
- …
- Y ahora me vas a dar la razón, como siempre.
- ¿Y qué querés que haga? No tenés idea cómo me revienta que siempre salgás teniendo la razón.
- Y sin embargo no hacés nada.
- ¿Qué puedo hacer?
- Podrías haberme matado hace rato…
-…
- … como dijiste que ibas a hacer…
-…
- ¿O te diste cuenta de la verdad?
-…
- Si me matás te quedas solo, campeón. Y si hay algo a lo que realmente le tenés miedo es a quedarte solo.
- Yo no tengo miedo.
- (Ríe) No, claro… vos nunca tenés miedo. No tuviste miedo por vos cuando se te vino toda la mierda encima. No actuaste por miedo cuando llegaste acá. No fue por miedo tuyo que yo estoy con vos.
- Dejate de joder ¿querés? Yo no puedo tener miedo.
- ¿Por qué no?
- Porque si empiezo a sentir miedo todo se va a poner incluso más para la mierda de lo que ya está. Si empiezo a tener miedo, no voy a poder evitar sacarlo para afuera. Y si lo saco, todos se van a dar cuenta de lo que soy.
- Un cagón
- Sí… No… Bah, no sé… Sé que a veces tengo miedo. Una persona sin miedo no es más que un impostor. No creo que sea un cagón. Tengo el mismo miedo que todos los demás. Sólo que cambia según la situación en que estés. En mi caso, ese miedo crece todos los días. Si no fuera por vos, se me iría todo al carajo. Y de ahí no hay vuelta atrás
- Ah, miralo vos… Al changuito le está funcionando la cabeza. Pero cuidarte de no usarla mucho, pensar en exceso hace mal. Si no mirá a todos los intelectuales. Todos se mataron o murieron solos y deprimidos.
- ¿Pero puedo hacer otra cosa acá?
- Podés hablar conmigo
- ¿Y eso de qué me sirve? Me deprimo, me siento para la mierda y  lo peor es la impotencia de tener que bancarte porque no tengo otra salida.
- …
- Ya no sé qué hacer…
- Bueno… si pudiera ver esta situación desde fuera, diría que mejor solo que mal acompañado, pero realmente no funciona, ya que nadie sabe lo que es estar realmente solo. Vos lo sabés, y te mata por dentro ¿no?
-…
- Parecido a lo que hiciste.
- ¿Qué?
- Sí, eso que hiciste. La razón por la que estamos acá, teniendo esta conversación.
- Callate...
- Ah, ¿no te gusta que te lo recuerden? Ya es tarde, papilo. Ya te mandaste la cagada, pecho.
- Te digo que te callés.
- Si me callo es lo mismo. No te podés ocultar de lo que hiciste. Tus manos están manchadas hace rato y no hay nada con lo que te las podás lavar.
- Hijo de puta…
- Uh, empezamos con las hostilidades ¿Me querés hacer pensar que súbitamente me odiás? No me podés odiar más que a vos mismo en este momento. Y digamos que es muy difícil.
- ¡CALLATE, LA PUTA QUE TE PARIÓ, CALLATE!
- ¿O qué? ¿Me vas a matar cómo a ellos?
- …
- Sé que no lo vas a hacer, te conozco hace mucho y además no ten…
- Andate…
- ¿Qué?
- Que te vayas…
- Creo que no estás pensando bien ahora...
- Estoy pensando perfectamente. No te necesito más acá. Si se me va a pudrir aún más la cabeza, prefiero que no haya nadie más para verlo.
- Vos sabés que lo voy a ver igual ¿no?
- No me importa.
- Te vas a arrepentir después.
- ¿Por qué?
- Porque si me voy… te vas a dar cuenta que siempre estuviste solo. Que nadie estuvo con vos en ningún momento. Que todo esto lo hiciste para no volverte loco, aunque no podés admitir que ya perdiste la cabeza.
- …
- ¿Seguro que esto es lo que querés?
- Dejame…
- …
- …
- chau, hermano.

               
       Y se fue. Se fue del lugar donde nunca había estado, dejando a la mitad una conversación que nunca había existido. Sólo dejó tras de sí, la soledad y la locura de un asesino.

15 octubre 2013

Cielo de Primavera

En el cielo, las grandes bestias se movían con una gran lentitud. Lentitud casi elegante. Proyectaban una sombra que tapa por completo al sol y hacían parecer el día nublado. Miré hacia arriba y vi como los grandes dragones surcaban el cielo, como danzando entre ellos, recorriendo en círculos un firmamento infinito. Mi cabeza daba vuelta una y otra vez tratando de abarcar con la vista ese gran espectáculo. Deseé tener ojos en la nuca para poder ver el cielo por completo y para que mi visión pudiera captar tal magnificencia. Empezaron a escucharse los rugidos, cada vez más fuertes; y sus grandes alas batían el aire a cada vez más velocidad. El viento se arremolinó a mi alrededor, levantando hojas, ramas, cardos. Los gruñidos de las gigantescas criaturas retumbaban en mis oídos cada vez más cerca. Cada vez más fuerte.

Comenzó a llover.

Desde dentro de la casa, mi vieja me llama.

Dejá de mirar las nubes que te vas a empapar, dice

08 junio 2013

Amor carnal a primera vista

Era perfecta. Apenas la vio, sintió como su corazón latía con fuerza y como lo enloquecía contemplar sus ojos, la cascada negra de su pelo, sus largas piernas y su piel blanca y suave. Lo había fascinado. Su belleza era celestial incluso bajo la luz de los fluorescentes.
Se sintió muy triste cuando se fue. La siguió. La encontró y esperó hasta lo noche para verla cara a cara (la vigilaban con mucho recelo). Movió tierra, rompió puertas, pero al fin pudo encontrarse con ella. Su cuerpo parecía brillar en la oscuridad de la habitación en la que estuvieron juntos. Él no pudo contenerse más. Mordió su brazo y empezó a devorarla lentamente, oculto por las sombras del mausoleo.

Día de la Madre

El cuarto estaba a oscuras, clausurado. La ventana estaba cerrada con tablas y el olor a cerrado era invasivo. El hombre arrojó el arma inservible y sostuvo a su hija en sus brazos. Trataba con todo su esfuerzo que la niña no note el miedo con el que observaba la puerta atrancada. La pequeña tironeó de sumanga y le preguntó:
- ¿Papi?
- ¿Sí, amor?
- ¿Cuándo se va a morir mamá?
El hombre no supo qué contestar. Los golpes empezaron a escucharse en la puerta

Más o Menos

Camino y me detengo; parado en medio de la plaza, y no sé por qué me acuerdo de vos. Es raro pero obvio que la duda me surja casi inmediata. Vos me conocés y te acordás que casi siempre se me da por filosofar, pero las cosas en las que pensaba eran muy ajenas. Y podés creer que justo ahora me agarra...
Se me ocurrió pensar qué pasa cuando se termina una relación, Y no sé cómo abordarlo, excepto con lo que nos pasó a nosotros dos, claro.
Me acordé cómo me ponía mal al principio. No aceptaba nada y tenía adentro tanta bronca y tristeza que con solo acordarme de tu cara me venían ganas de matarme. Con el tiempo creo que me puse mejor. Ya podía salir tranquilo a la calle y descubrir que la vida sigue. Que el hecho de que se termine un amor no significa que se termine el mundo, ni mucho menos. El no saber qué pasó con vos me ayudó también, supongo.
¿Ahora? No sé. El otro día me llamaste. Creo que tengo algo de nostalgia. Cuando me hablás te puedo responder con toda naturalidad. Pero hay algo. Algo que se impone después, como un silencio ominoso.

Te digo que estoy bien.

Aunque no sé muy bien cómo estoy.

10 abril 2013

Monstruo


               Encerrado. Acechado. Esa fue mi realidad. Toda mi vida he sufrido el acecho de una criatura que mora en los rincones más oscuros, que ha estropeado mi ser, mi existencia y todo lo que soy. Demasiado asustado para luchar contra ella, he caído en sus garras una y otra vez ofreciendo la menor resistencia posible, embriagándome en sus nocivas posibilidades, dejándome envolver por su malevolencia hasta quedar extasiado, horrorizado… ¿solo? Sus egoístas y seductoras palabras hacen que me envuelva a mi mismo en la negligencia, en el oprobio, y que aleje de mí a todos los que alguna vez amé  o me amaron.

 Pero no, no quiero. No quiero a la bestia, pero ésta no me deja ni a sol ni a sombra. Estoy a su merced, sometido a su voluntad y a sus caprichos.

               La apariencia del monstruo no me es extraña. Es solo otra cosa que me resisto a ver por el horror, la perversión, falsedad y obscenidad de su mirada. Porque, para ver la cara del monstruo, solo debo mirar un espejo.

26 marzo 2013

Bosque


Bosque


Hace ocho años vine a vivir a esta casa, que construyó mi viejo. El lugar en donde se encuentra está rodeado de vegetación. Justo atrás del alambrado que marca el fin del terreno hay una muy cerrada plantación de limones, que se extiende hasta un bosque, un enorme bosque, donde el viento silba por las noches entre sus ramas, como el lamento de un antiguo dios de la naturaleza. Lejos de sentirme asustado o amedrentado, su inmensidad me atraía como nunca.

Pasaba las horas allí, explorando, maravillándome por sus sonidos, aromas y colores y trepándome a las copas de los árboles, donde yacía como un hijo más de la naturaleza, contemplando la obra bajo mis pies y sumiéndome en mis pensamientos. Era un placer pasear por los túneles de vegetación y caer al arroyo cristalino, seguirlo hasta encontrar nuevos escenarios, lugares impensados y darse cuenta cómo lugares que parecían lejanísimos estaban al alcance de lo que parecían pocos pasos a través de aquella arbolada. Había compartido tanto con aquel sitio, que me sentía cada vez más allegado a su espíritu. Había sido el lugar que me había acogido en mis momentos de pensamiento más profundos, en mis horas de soledad más largas y en mis jolgorios más salvajes.

Todo cambió con el tiempo

El campo de limones fue abandonado por la citrícola. Con el tiempo, dejaron de cuidarlo. Más tarde, una constructora adquirió ese terreno y lo talaron por completo, dejando atrás una triste llanura de tierra antes fértil y los mutilados troncos de los pobres limoneros, con su sangre arbórea salpicando el suelo que antes los había hecho crecer. Cercaron todo para traer sus infernales máquinas que levantaron horribles edificios de concreto en su lugar. Pero no tocaron el bosque. Éste quedó del otro lado de la valla de alambres.

Si bien al principio me aventuraba a volver, con la llama de mi espíritu aún quemando por arribar, con el alambrado llegaron los guardias de seguridad y sus perros, lo que hicieron muy difícil el paso. Con el tiempo, mi pasión por ese lugar y la naturaleza se fue apagando, ayudado por la dificultad que proponía llegar, una ligera adicción a las nuevas tecnologías y la apatía sobre todo el asunto que suele llegarnos cuando crecemos. Me olvidé del bosque para seguir una vida monótona y aburrida de adolescente normal, sin ningún tipo de sorpresas ni más profundidad que un vaso de agua.

Entonces un día pasó. Tuve el sueño. Fue una noche en la que había una tormenta particularmente fuerte. El viento aullaba con una fuerza impresionante, volteando tejas y árboles. La lluvia inundaba los desniveles y golpeaba furiosamente contra las ventanas, y los relámpagos llenaban la casa con su resplandor de luz blanca cegadora. Esa noche encendí la radio e intenté dormirme con pésimo resultado. Estaba asustado. Me puse a leer para distraerme hasta que el sueño me venció y me entregó a una extraña realidad onírica.

No parecía haberme dormido. Mi habitación se veía exactamente igual y afuera la lluvia arreciaba, cada vez más fuerte. Nada parecía haber cambiado… excepto porque no podía moverme. Intenté levantarme de la cama, pero me fue imposible. Mi cuerpo estaba como aferrado a sí mismo por una película invisible, como si todo mi cuerpo, junto con mis extremidades fuera una sola pieza lisa, sin ningún tipo de apéndice. Intenté hablar, pero mis labios estaban completamente sellados, y mis cuerdas vocales se sentían llenas de arena. Lo único que podía hacer era mover mis ojos para ver a mi alrededor. Estaba asustado, pero no fue nada comparado con lo que sucedió después. Un relámpago iluminó la habitación por un segundo, y vi, en una esquina de la habitación, una figura. Al principio, pensé que era producto de mi imaginación, pero a medida que la tormenta se hacía cada vez más fuerte, los relámpagos aumentaban y la figura se acercaba cada vez más hacia mi cama… yo luchaba desesperado, en vano, por moverme, salir de mi cama, gritar, pero ninguno de mis miembros respondía. Al acercarse, pude ver con claridad a la… cosa. Era completamente… deforme… Su cuerpo era delgado, torcido… lleno de arrugas y nudos como un árbol. Su rostro era gris, con grandes ojos negros y pequeñas pupilas verdes que brillaban en la oscuridad. Puso su horrible y arrugado rostro tan cerca del mío que podía escuchar el quejido de sus huesos y sus arrugas… Por un segundo, no intenté nada, hipnotizado por su mirada… luego la criatura me quitó las sábanas, dejando descubierto mi pecho. Intenté, enloquecido, zafarme. Sentía mis cuerdas vocales desgarradas por el esfuerzo. Podía jurar que la criatura sentía mi desesperación, pero sus movimientos tan lentos y pasivos me aterraban y aceleraban aún más. Con premura, puso uno de sus largos y afilados dedos sobre mi pecho y empezó a recorrerlo, desgarrando mi piel allí donde la tocaba… Los gritos al fin salieron de mi garganta, desgarradores, aterrados, al mismo tiempo que la tormenta destrozaba mi ventana y un remolino de hojas, viento y agua entraban en el cuarto como un huracán…

Desperté cubierto de sudor… la tormenta había pasado y mi cuarto estaba exactamente igual que siempre. Aliviado, me volví a acostar, aún tembloroso por la pesadilla. Giré en la cama e inmediatamente sentí un dolor agudo en mi lado derecho. Curioso, me levanté y me vi en el espejo… para ver una cicatriz en forma de un carácter extraño en el mismo lugar donde me había tocado la criatura del sueño.

Creo que me desmayé…

Todas las noches fueron así. Tenía terror de dormirme, por miedo a soñar de nuevo con esa figura terrorífica. Cada vez que intentaba hablarle a alguien de ello, no podía, me acompañaba la misma sensación que durante el sueño, esa sensación de no poder hablar, de no poder moverme. Empecé a probar que darme despierto, pastillas y drogas para dormir sin soñar… probé todo, pero fue en vano. Todas las noches era vencido por el sueño. La criatura llegó una y otra vez, marcando todas las noches otra letra en mi pecho, mientras yo no podía hacer más que observar con horror e intentar retorcerme de dolor, sin conseguirlo.

La última noche llegó, y con ella, la más intensa de todas mis pesadillas. El monstruo apareció, pero fue distinto. En lugar de aparecer desde la esquina, como siempre, apareció junto a mi cama, observándome con sus ojos verdes, fijamente clavados en los míos. Yo estaba hipnotizado, ni siquiera intenté hacer nada cuando garabateó la última letra en mi pecho. Luego, habló. Habló con su redonda y negra boca, similar a los nudos de la corteza de los árboles, y su voz era como el crujido de mil selvas, como el chillido de animales moribundos:

“Nadie… escapa…”

               Hoy ya no sé qué hacer… mi vida es un infierno… Las noches son lo de menos… pero durante los días es cuando más sufro. Me persigue… adonde sea que vaya, esa cosa, ese monstruo, siempre está ahí, observándome. Nadie más que yo parece verlo, y temo haber perdido la razón… y de repente comprendo. Comprendo el mensaje grabado en mi pecho. Entiendo todo, todo. Mi risa de desquiciado retumba en las paredes de mi abandonado hogar, y destrozo todos los espejos de casa, lastimando mis manos, mientras el monstruo de tronco me observa, impasible. Una vez todos destruidos, continúo riendo mientras con la sangre de mis manos escribo en la pared las mismas, las mismas palabras en mi pecho, esa escritura que me condenó, por ese ser que me llevó a la locura. Y cuando finalizo, con los últimos estertores de mi risa, siento mi vida escaparse entre mis manos tan rápido como mi cordura. Me desplomo sobre el suelo mientras la criatura murmura con la voz de los dioses del bosque, como el viento silbando entre las hojas de los árboles y contemplo las palabras escritas en carmesí:

“Nunca dejes el bosque”