Solía existir un reino en el que
el Pueblo podía decidir por su futuro y al que le importaba el porvenir como
conjunto y de cada uno de los individuos. Luego llegó el Tirano, y pensó que
esta actitud no le hacía bien al Pueblo.
Y el Tirano estaba triste.
Entonces el Tirano decidió que le
quitaría al Pueblo esa actitud. Le dio migas y sumas mínimas de dinero al Pueblo
por nada, para que no tuviera que trabajar. Aprobó a todos los alumnos en las
escuelas sin estudiar, para que no tuvieran que aprender. Enriqueció y puso en
el poder a sus amigos, para que no tuviera que debatir. Dejó que los Guardianes
del Pueblo lo dejaran a merced de la delincuencia, para que no se quisiera
rebelar. Por último, teniendo al Pueblo vago, ignorante, sometido, asustado y
obediente, le dijo a quién elegir, para que no le hiciera falta pensar en
votar. Así, el Tirano se hizo en el poder y así se mantuvo.
Así el Tirano sonreía.
El Tirano compró castillos,
compró empresas, el Tirano se enriqueció a costa del impuesto del Pueblo que
ciegamente lo amaba y asimiló su poder a costa de otros Tiranos que lo
apoyaban.
El Tirano sonreía.
Sin embargo, pasaron los años y
el Pueblo empezó a despertar. Empezó a cuestionar. Empezó a no escuchar al Tirano
y a querer decidir por sí mismo.
El Tirano tuvo miedo.
El Tirano envió a sus Esbirros
contra el Pueblo. El Pueblo se volvió a someter, para luego volver más fuerte y
más independiente. Y se acercó el momento de elegir a otro rey.
El Tirano tuvo miedo.
El Tirano envió a sus Esbirros a
socavar las elecciones. A mentir, a robar votos, a amenazar, a quemar urnas, a
hacer hasta lo indecible por mantener su poder en el reino. La voluntad de la
gente fue pisoteada, vapuleada, fueron engañados, burlados, insultados como lo
habían sido tantas veces en el pasado. El Pueblo no dio más y marchó al
castillo del Tirano para destituirlo de su poder. Sin embargo, el Tirano
todavía controlaba a sus Esbirros, como los voceros del Pueblo (que decían lo
que él quería); a los Punteros del Tirano, que controlaba y amenazaban a la
gente para conservar el poder del amo al que servían; y a sus Guardianes,
corruptos, pero leales al dinero que él les otorgaba. Amparado en su impunidad,
pues, envió a sus Guardianes contra la población. Y uno a uno los vio caer
frente a él. Uno a uno los vio derrumbarse y volver a levantarse, para volver a
ser derrumbados por el bastón de su autoridad.
El Tirano sonríe.
Pero en el fondo de su pecho,
bajo sus manos que robaban y la falsas sonrisa que usaba cuando oflaba, el Tirano
tiene miedo. Porque sabe que el Pueblo no olvida. El Pueblo no olvida.
Y el Tirano tiene miedo.