10 abril 2013

Monstruo


               Encerrado. Acechado. Esa fue mi realidad. Toda mi vida he sufrido el acecho de una criatura que mora en los rincones más oscuros, que ha estropeado mi ser, mi existencia y todo lo que soy. Demasiado asustado para luchar contra ella, he caído en sus garras una y otra vez ofreciendo la menor resistencia posible, embriagándome en sus nocivas posibilidades, dejándome envolver por su malevolencia hasta quedar extasiado, horrorizado… ¿solo? Sus egoístas y seductoras palabras hacen que me envuelva a mi mismo en la negligencia, en el oprobio, y que aleje de mí a todos los que alguna vez amé  o me amaron.

 Pero no, no quiero. No quiero a la bestia, pero ésta no me deja ni a sol ni a sombra. Estoy a su merced, sometido a su voluntad y a sus caprichos.

               La apariencia del monstruo no me es extraña. Es solo otra cosa que me resisto a ver por el horror, la perversión, falsedad y obscenidad de su mirada. Porque, para ver la cara del monstruo, solo debo mirar un espejo.