25 abril 2015

Fragmento IV (Traducido del Japonés)

El pueblo japonés siempre estuvo orgulloso de su practicidad. Aplicamos el método de adoctrinamiento en las sandías: en cuanto la fruta aparece, se le encierra en un cuadrante para que adquiera una forma cómoda para su traslado y ubicación. De ésta forma, la sandía se convierte en un activo y útil miembro de la sociedad.

Tales avances en el campo de las ciencias educativas alentaron a muchos teóricos de la nación y de todo el mundo a investigar, dando fruto a una rama de la pedagogía dedicada especialmente a la agricultura. De esta escuela podemos rescatar obras tales como “Dialéctica entre el tomate y el fertilizante” de Friederich Niegel, campesino austríaco; y “Piaget para pepinos”, del fundador del movimiento, el agricultor japonés Hayako Nikihisa.

Sin embargo, tal escuela no considera a los tuberculos como sujetos susceptibles a ser adoctrinados, ya que escapan a todo método de enseñanza aplicable.


¿Qué más puede esperarse de algo que crece desde abajo de la tierra?

19 abril 2015

Fragmento III (Manuscrito encontrado en una boca de tormenta)

Se me ocurren tres reacciones posibles que puedas tener ante estas palabras. Una es la sorpresa. Otra es la ternura. Y la otra es el hastío, que por qué la loca esta tiene que seguir mandándote estas cartitas cursis… Si pensara, mientras escribo, en cualquiera de esas tres formas de responder, entonces tiraría la lapicera al carajo. Por ello voy a hacer lo de siempre: escribir sin pensar.

Últimamente he estado sintiendo cosas raras. O, mejor dicho, nada. Es extraño para mí decirlo, ya que la indiferencia no es algo por lo que me destaque. Pero es que recientemente, no sé si por el tiempo que pasamos separadas, o por la gran cantidad de éste que estamos juntos, o por ambas cosas; pero me pasa que te veo y me quedo impasible. No es que piense que sos aburrida ni mucho menos, sino que verte me causa la misma reacción que la de ver algo cotidiano, algo ya tan familiar, anodino y de todos los días que la visión de tu rostro y tu cuerpo no me causa cosa distinta que lo que me provoca mirar a cualquier otra persona al pasar.

Ahora, lo que podría esperarse es que por ello no te amase, que no te prestase atención y te vea sólo como un juguete, un objeto de deseo. Lo curioso es que no es así. En el momento en que te vas, es verdad que no siento nada. Pero con las horas, con los días, empieza a crecer algo en mí. Una necesidad que me asfixia, que me abruma y no me deja pensar. Un impulso desenfrenado que me hace dar vueltas como perra enjaulada y maldecir a los gritos el no tener un puto teléfono con el que llamarte para escuchar tu voz.

Son esos momentos de abstinencia los que me hacen comprender que te amo, y mucho más que a las otras personas que se hayan cruzado en mi vida. Porque me di cuenta que verte y hacerte el amor con vos me es mucho menos necesario que escucharte hablar, reír. Me gusta mucho más saber que estás ahí, en algún lado; saber lo que pensás y lo que sentís.

Amo como sos. Amo cuando te enojás, cuando te alegrás, cuando reís y cuando llorás. Amo cuando me hacés recorrer el mundo escuchando tu canto y cuando jugás a tener razón. Amo que mires con desdén mis estúpidos intentos de chistes y te rías de lo malos que son.

No amo ni tus ojos, no tu boca, ni tus manos, ni tus pechos, ni tus piernas, ni tu sexo ni tu cabello.

Amo tus miradas, tus sonrisas. Amo cuando me acaricias y cuando me das refugio y consuelo. Amo cuando corrés para que te siga. Amo cuando me dejás estar junto a vos, que me dejes entrar en vos, y a mi dejarte entrar, siendo las dos una, envueltas en tu aroma.

No amo tu cuerpo.


Te amo a vos.