Se me ocurren tres reacciones
posibles que puedas tener ante estas palabras. Una es la sorpresa. Otra es la
ternura. Y la otra es el hastío, que por qué la loca esta tiene que seguir
mandándote estas cartitas cursis… Si pensara, mientras escribo, en cualquiera
de esas tres formas de responder, entonces tiraría la lapicera al carajo. Por
ello voy a hacer lo de siempre: escribir sin pensar.
Últimamente he estado sintiendo
cosas raras. O, mejor dicho, nada. Es extraño para mí decirlo, ya que la
indiferencia no es algo por lo que me destaque. Pero es que recientemente, no
sé si por el tiempo que pasamos separadas, o por la gran cantidad de éste que
estamos juntos, o por ambas cosas; pero me pasa que te veo y me quedo
impasible. No es que piense que sos aburrida ni mucho menos, sino que verte me
causa la misma reacción que la de ver algo cotidiano, algo ya tan familiar,
anodino y de todos los días que la visión de tu rostro y tu cuerpo no me causa
cosa distinta que lo que me provoca mirar a cualquier otra persona al pasar.
Ahora, lo que podría esperarse es
que por ello no te amase, que no te prestase atención y te vea sólo como un
juguete, un objeto de deseo. Lo curioso es que no es así. En el momento en que
te vas, es verdad que no siento nada. Pero con las horas, con los días, empieza
a crecer algo en mí. Una necesidad que me asfixia, que me abruma y no me deja
pensar. Un impulso desenfrenado que me hace dar vueltas como perra enjaulada y
maldecir a los gritos el no tener un puto teléfono con el que llamarte para
escuchar tu voz.
Son esos momentos de abstinencia
los que me hacen comprender que te amo, y mucho más que a las otras personas
que se hayan cruzado en mi vida. Porque me di cuenta que verte y hacerte el
amor con vos me es mucho menos necesario que escucharte hablar, reír. Me gusta
mucho más saber que estás ahí, en algún lado; saber lo que pensás y lo que
sentís.
Amo como sos. Amo cuando te
enojás, cuando te alegrás, cuando reís y cuando llorás. Amo cuando me hacés
recorrer el mundo escuchando tu canto y cuando jugás a tener razón. Amo que
mires con desdén mis estúpidos intentos de chistes y te rías de lo malos que
son.
No amo ni tus ojos, no tu boca,
ni tus manos, ni tus pechos, ni tus piernas, ni tu sexo ni tu cabello.
Amo tus miradas, tus sonrisas. Amo
cuando me acaricias y cuando me das refugio y consuelo. Amo cuando corrés para
que te siga. Amo cuando me dejás estar junto a vos, que me dejes entrar en vos,
y a mi dejarte entrar, siendo las dos una, envueltas en tu aroma.
No amo tu cuerpo.
Te amo a vos.