Siempre fuiste buena con tus
manos. Dibujabas, hacías música… eras buena en el arte. Me regalabas dibujos.
Yo todo lo que podía hacer por vos era entregarte cuentos, cartas, poesías… No
sabía hacer otra cosa que ejercer la más bastarda de las artes, ya que si
intenté hacer obras plásticas, no me atreví casi a dártelas por lo desastroso
de su elaboración.
Hoy me puse
a ver lo que me diste. Tenías un trazo tan fino, tan preciso. Una línea que
sabía qué hacer con un lápiz, que no descuidaba un segundo ningún detalle.
Sentí un poco de envidia. Leí mis escritos, luego. Tuve tanta vergüenza ante la
diferencia substancial entre ellos que pensé en comenzar un ambicioso proyecto.
Tomé un
lápiz y poniéndome frente a mi cuaderno, tracé tus palabras. Primero un
contorno, suave, redondeado. Palabras delicadas y suaves para tu cuello, tu
cabello, tus manos, todas aquellas que me hacían quedarme admirado por horas; y
otras más pesadas y vulgares para tus pechos, tu sexo y tus curvas, que me
hacían perder el pudor constantemente.
Relajando
un poco mi estado, me alejé un poco para contemplar mi obra. No estaba mal,
pero todavía faltaba mucho. No podía dejar de mencionar ciertos aspectos, como
la pequeña cicatriz entre tus costillas, tus pequeños pies, dedos. Palabras
silenciosas y elocuentes a la vez me hablaban de tu boca, y de tu voz no pude
hacer más que frases risueñas, finas como cinta de seda.
Lo
complicado fueron tus ojos. Los ojos son la ventana del alma, decía no se qué
escritor, filósofo, vieja de barrio, etcétera. Siguiendo ese principio, no
podía sólo limitarme a trazarlos. Debía darles su carácter. Usé frases
profundas, conectores significativos y adjetivos simples e indescriptibles.
Todo lo que callaban las palabras de tus labios, todo lo que no puse en ellos,
lo plasmé en tu mirada, en tus párpados, la
forma en que tus cejas se mueven y
palabras saladas, mojadas en tus lágrimas.
Me pasé meses
en eso. Por días no pude casi terminarlo, frustrado, atrapado y a veces estando
a punto de borrar todo y empezar de nuevo. Finalmente terminé tu aspecto.
Pero
faltaba algo.
Hice algo
bajo tu figura. Tus inseguridades. Tus miedos. Escribía con pasión sobre tus
aburrimientos y tedioso tus amores. Escribí cómo dabas vueltas en la cama
cuando te despertabas y cómo te ponés cuando te comparan con otra persona. Cómo
es que pedís un abrazo y cómo sos cuando te enojás. Lo que te gusta, lo que
odiás.
Puse todo. Puse lo que amo de
vos, lo que odio de vos y lo que no me molesta tanto.
Me llevó años,
pero lo terminé esta mañana.
Y ahora
puedo ver tu expresión cuando ves cómo te dibujé con mis palabras.