16 diciembre 2014

Fragmento II (Más que cuento, epístola anónima)

Hace un tiempo empecé algo. Algo que me costó entender al principio dado a que me pareció muy inesperado, algo que no terminé de comprender hasta que no pasó un tiempo. Hace un tiempo me embarqué en un viaje con uno de los compañeros de viaje más inesperados de todos. Hace un tiempo pasó algo que me sigue hasta hoy. Hace un tiempo me empezó a gustar, cuando comencé a comprender lo que significaba y lo que podía abarcar. Abracé ese sentimiento con la misma fuerza que la persona a mi lado. Porque quizás intuía que ahí encontraría tantas cosas… tantas cosas bellas y maravillosas que llenarían mi vida de felicidad. Hace un tiempo aprendí a amar. A amar en todos sus sentidos. A amar con el corazón, con el cuerpo y con el alma. A revolcarme junto con la persona querida en planicies solitarias, extasiado, deseando que cada segundo que pasara fuera eterno y que cada latido me acercara aún más al momento de la unión. A reírme como loco y a hacerla reír, que es lo que más me gustaba.

Pero otras cosas aprendí. Las aprendí junto con ella, a los golpes. Aprendí que la felicidad viene de la mano con el dolor. Aprendí que amar no significa aceptar todo y que la paz no existe, pero se puede pelear. Aprendí a hacer daño y a sentir dolor. Aprendí a alejarme y aprendí a volver.

Sin embargo, lo más importante fue que el amor se hace de aguante. Mucho aguante. Que ningún romance es perfecto, ya que nadie es perfecto. Pero, así desprolijos como éramos, pudimos ayudarnos y apoyarnos mutuamente. Porque no nos rendíamos. Así de tercos éramos, así de testarudos nuestros corazones, que no nos dejamos abatir por más fuertes que cayeran las bombas.

Luego… luego pienso. Pienso con el corazón y la cabeza, ya que dividirlos no es bueno, porque trabajan juntos. Miro para atrás, para las conversaciones viejas, los encuentros, los amores, las fotos… veo mi vida de nuevo y me pregunto ¿Podría haber resultado mejor? Probablemente sí ¿Alguna vez me imaginé esto? No, sinceramente no

¿Sos feliz?


Soy feliz

Desde hace un tiempo que lo soy. Desde hace un tiempo te escucho reír y un calorcito se me sube al pecho. Desde hace un tiempo que sólo un par de ojos hace que se me salte un latido. Desde hace un tiempo que solo le digo palabras dulces a una sola persona. Desde hace un tiempo que abrazo a esa cosa pequeña, sintiéndola lo más frágil del mundo, y me pierdo. Me pierdo en sus bracitos y ya no parece que soy yo el que la cuida, sino que sin ella yo me pierdo. Desde hace un año y medio que te besé en esa aula vacía y mi vida cambió. Porque te amo.

Así como sos, viciosa, callada y loca, medio sádica, medio demente. Algo depre y alegre. Ruda y tierna. Sexy y zaparrastrosa. Vergonzosa y extrovertida. Pacifista y violenta. Y vos. Y te amo a vos.


15 octubre 2014

L'autre-chienne


Te ponías melosa. Muy melosa. Cuando retozábamos por los jardines de tu barrio me acariciabas por todos lados. Me revolvías el pelo. Me acariciabas todo. Y tenías un jueguito que te gustaba jugar. Te gustaba que te dijera reina. Y, riendo, te seguía el juego. Me arrodillaba frente a vos, te ataba las botas, te traía pasteles (pan no, el pan no se tiene), te acomodaba tu peluca, te sostenía la cartera en los boliches y te llevaba los tragos. Cada noche nos entregábamos al delicioso juego erótico en sillones que emulaban mansiones y en sábanas de algodón que se convertían en seda al toque de tus dedos.

Fue hermoso hasta que con el tiempo te pusiste más demandante. Me exigías demasiadas cosas. Que te siguiera a todas partes. Que me parara firme. Que te reverenciara en público. Ya no hablaba sino con tu permiso y solamente podía decir alabanzas a tu persona. Todo el tiempo debía acordarme de detalles insignificante y de atender cada una de tus exigencias, por más alocadas que me parecieran. Después no me convidaste más pasteles; y los regalos que te daba, los vendías o los cambiabas siempre por cosas vanas, estúpidas, sin alma. Tus pequeños caprichos empezaban a molestarme, pero seguí haciéndote caso, como todo un pusilánime.

El colmo de todo fue cuando de repente apareciste en las fiestas con ese payasito perfumado y con cara de boludo. Que tenía plata, posta. Que el padre le había dejado el puestito en la legislatura y que de ahí te compraba autos y eso, era verdad. Pero al tipo no se le caía una idea por casualidad. Sin embargo, era manejable, como te gustaba. 

Me seguiste frecuentando, como siempre, pero cada vez menos. Yo esperaba que volvieras, hasta que un día caí en la cuenta de lo estúpido que había sido y cómo me habías hecho mierda la vida, mi amor propio, mi dignidad. Sentía asco de la persona en la que me había convertido, por tu culpa y mí culpa. Luego todo ese odio estuvo cerca de destruitme. 

Ahora, ya más calmado y habiéndome refrescado con mi vasito de granadina, veo tu cabeza sobre la mesa y me río al pensar que fuiste tan reina y yo tan jacobino.

04 octubre 2014

Perdidos en Joligud - Prólogo (Novela en construcción)

El cuarto de hotel era un caos. Como si todos los huracanes del mundo hubieran entrado y salido de él al mismo tiempo. Plumas y almohadones destripados descansaban en los rincones. Los cuadros inclinados, algunos volteados, otros rotos y otros con quemaduras circulares de cigarrillo. Del baño salía un ruido constante a cascada. La ropa sucia en el suelo, los muebles rasgados y volteados, el aire envenenado y en cada una de estas pequeñas escenografías se leía la pelea. El conflicto. Se leía en el suelo lleno de cabellos, mugre, discos rotos y ceniza. En esas cuatro paredes amarillas. Y en las puertas de vidrio que daban al balcón. Manchadas de rojo. Una estaba reventada después de que el televisor lo atravesó volando.

Y en medio de todo ese desorden, ellos cinco.

Gastón estaba sentado en el borde de la cama destrozada, con la cabeza entre las manos. Por su cerebro pasaban muchos pensamientos, pero él no se paraba a reflexionar sobre ellos. Era sólo como si su agotada mente lo ametrallara constantemente y él no podía hacer nada más que escucharla decir palabras con su propia voz. Voz que no era más suya. Escucharse que decía que no podía ser, que él no hacía esas cosas, que la puta que lo parió, puta que lo parió, la concha de la lora. El sonido de la canilla de agua venía desde el baño. Desde el equipo de música, se escuchaba un tema de System of a Down. El volumen estaba alto. Muy alto. Gastón lo había puesto así para no escucharse pensar, pero era en vano. Su ajena voz se escuchaba una y otra vez en su mente, en un monólogo infinito.

cómo carajo iba a saber que lo iba a hacer al fin y al cabo se lo merecía

La pulsión de sus sienes lo mantenía más o menos despierto y el calor del cigarrillo que, encendido, colgaba de su boca como un diente largo y humeante. Lata no se acordaba cuándo lo había prendido ni quería hacerlo. Sólo estaba sentado en el suelo mirándose las manos. Mirándose las manos. Mirándose las manos y los pequeños trozos de servilleta adheridos a ella como piel que se descascara. Y pensaba solo en una negación constante. No quería pensar en lo que acababa de pasar. No podía pensar. Si lo hacía, iba a darse cuenta, y darse cuenta era morirse.

y encima con todo lo que nos pasó que hijo de puta que es
nononononononononononononononono

El Negro estaba en el balcón con Fuentes, pero este ya se había ido. Estaba con los pies clavados en el piso y con la cabeza en la pared, mirando un punto fijo en el horizonte. Tenía ganas de gritar, pero la voz no le salía y la tenía atascada en la garganta. Ese aullido se la desgarraba de a poquito, como si la fuera raspando continuamente con una navaja roma. Él si pensaba. Pensaba en el pasado, en el pasado más atrás de esos minutos que los tenían colgados y en el pasado que quería que fuera presente y futuro, así hubieran podido decir “nunca”.

               bueno pero que vamos a hacer ahora no quiero que me pase eso no quiero que les pase a ellos
               nononononononononononononononono
               Nunca. Nunca debimos.

Fuentes era otro cantar. Fuentes estaba lejos. En la cornisa y muy, muy lejos. Estaba parado y a la vez no. Estaba volando y quieto. En los dos casos, su camisa se agitaba al viento y su mata de pelo rubio ondeaba como una bandera. Pero él no estaba. No estaba con los otros y estaba muy lejos. Quería salir de ahí. Quería salir volando. Miraba a las luces de la ciudad bajo él y se preguntaba si no dolía volar. Probar. Se preguntaba si saltaba todo se iba a terminar, todo se iba a ir al carajo, él iba a ser inocente y sus amigos igual.

ahora es cuando tenemos que estar juntos pero no debería haber pasado esto es mi culpa no no es mi culpa
nononononononononononononononono
No debimos haber empezado.
Volar te tiene que liberar ¿no? En el cielo no hay leyes

El tiempo pasaba lento. Se derretía. Se derretía como en un cuadro de Dalí y los empezaba ahogar. Se deslizaba por las esquinas de la habitación, por la cabeza de Gastón, por las cuerdas de su guitarra, por entre las notas del tema de System of a Down, por debajo de la ceniza del cigarrillo, en los ojos de Lata, en la pared del balcón, en el nunca del Negro, en el cielo y en las alas de Fuentes.

es culpa de él nunca nos debió haber dicho eso hecho eso y nada de esto hubiera pasado mierda mierda
nononononononononononononononono
No debimos haber venido
Si solo tuviera las alas para poder irme de acá

Hubo un golpe en la puerta.

no quiero no quiero por favor no los culpen yo fui yo fui el y yo y nadie mas
No. Ya es hora de enfrentarlo
Nunca debimos haberlo ni pensado
Quiero salir volando

Los goznes empezaron a saltar

               nunca pensé que al formar esta banda esto iba a pasar no quería antes éramos chicos teníamos sueños
Pensá, pelotudo. Ya no podés escapar.
No debimos haber confiado.
¿Y si lo intento?

La puerta saltó.

Gastón lloró (Yo no quería ¿por qué?)
Lata exhaló el humo (No podés escapar)
El Negro gritó. (Silencio)
Fuentes voló. (Viento)

               Y en medio de su sollozo, en medio de lo que se los levantaban y se los llevaban, en medio de los “Policía Federal, quedan detenidos”, en medio del caos, de la vida y de la muerte, Gastón completó, en su sollozo y como si hubiera leído su mente, los pensamientos del Negro.


- Nunca debimos haber ido a Joligud

06 septiembre 2014

Fragmento I

Cuando el tiempo pasa, uno cambia. Cambia en lo que piensa, en lo que siente, en lo que hace y cómo es uno.  Me hace acordar a cómo cambié con vos desde que te conocí hasta ahora. Fue una linda secuencia. Te vi, te hablé, pero no me llamaste la atención más que cualquier otra persona que pudo haber habido por ahí. Luego te conocí más a fondo. Y me gustaría explayarme, pero siento como si ya te hubiera dicho todo esto.

Amor, amistad, obsesión, vergüenza, indiferencia, bronca, odio, lástima, amistad, cariño, amor, odio, amor… todas se fueron sucediendo en un maelström de sentimientos que terminaron precipitándome al oscuro fondo de la soledad, erizado de desesperación. Y mi alma se hace de carne, mis huesos se hacen de sueños y mis entrañas de deseos. Se convierten en el cuerpo que esos escollos destrozan, enredándolo en marea furiosa. Marea que parece menguar por momentos que parece llevarme a la superficie, al sol de tu amor, sólo para que las nubes de tu indiferencia me devuelvan al torbellino.

Pero comprendo. Comprendo porque te hice todo eso cuando yo vivía del otro lado del espejo. Y podría haber cruzado, podría haberte acompañado a ese País de Maravillas y ser tu Sombrerero, deteniendo los relojes para poder tener momentos eternos. Pero me contenté con despreciar y jugar con la joya de tu cariño hasta desgastar sus brillantes oropeles. Y ahora que me doy cuenta de lo que vale, me es inalcanzable. Tuve el Edén en mis manos y le corté las ramas a cada árbol, pisé cada nido, sequé sus ríos.

Hoy me ofrezco. Extiendo en mi mano el órgano vital que en cada contracción no hace más que repetir tu nombre, pero tus oídos están sordos a sus súplicas. Y si no lo están, si un día lo agarras y lo recoges en tu regazo, temo por él. Porque pude ver antes cómo era contaminado por pasiones ajenas, por rumores de besos, por colores de placer, por tactos amorosos que no eran míos. Cada una de esas expresiones convertía esa pequeña manzana de vida en un oscuro carbón de recelo, cuyos cristales ardían en cada arista.

Quizás ese maelström en el que ahora navego sea parte de un karma. Parte de una ironía, una retribución cósmica por el daño que causé tan desinteresadamente. Sea. Mis hados harán de dictaminar mi pathos y lo afrontaré con la cabeza en alto y el corazón hecho carbón encendido.


Pero sólo si estás en el fondo del torbellino, para rearmar mis huesos.

02 septiembre 2014

La luz

Prendé la luz, Jorge
Me lo dijiste, ¿no?
Me lo decías todo el tiempo.
Prendé la luz, por favor, prendela, me suplicabas.
Y yo entre puteadas la prendía, porque esa puta costumbre  no sólo nos ponía las cuentas de la luz por las nubes sino que pasaba las noches en vela por esa luz de mierda y por mi incapacidad de negarme de una vez.
Porque te pregunté.
Te pregunté por qué. Por qué necesitabas que prenda las luces siempre a las tres de la mañana. Por qué te revolvías siempre inquieta al lado. Por qué te despertabas siempre con lágrimas en los ojos, ojerosa, pálida, como si vivieras con miedo.
Y me contaste de los ruidos. De los movimientos de pies. De la risa. De la voz que te susurraba atrocidades al oído con aliento putrefacto cuando te acostabas. De las manos que te toqueteaban las piernas cuando te sacabas la sábana. Como garras, me dijiste y me mostrabas los raspones. Todo eso en la noche. Todo en la oscuridad del cuarto. Y cuando prendías la luz se iba. No sabés donde, pero se iba.
Y yo no te creí. No te lo dije, pero no te creí. En secreto me cagaba de risa de vos porque pensaba que estabas loca. Que tenías sueños demasiado vívidos y te autoflagelabas de noche. Y te negaste a ir a los médicos. Y me la banqué. Porque te amo, a pesar de todo.
Hasta que una noche, harto de las noches en vela, me tomé unas cuantas pastillas de zoldipem.
¿Cómo habrá sido cuando viste que no me despertaba?
¿Te desesperaste? ¿Me gritaste? ¿Lloraste mientras las manos desconocidas te tiraban de los tobillos, te agarraban el pelo, te abrían surcos en el cuello? ¿Gritaste súplicas a la voz que te aullaba en la cabeza, a la risa que sonaba en toda la habitación?

Lo que sé es que intentaste prender la luz. Lo sé porque a la mañana siguiente encontré tu cuerpo sin vida contra el interruptor, apagado. Vi las laceraciones en tu cuerpo, tu cuello chorreante de sangre, tus piernas rasgadas, tus pechos desnudos con los pezones arrancados a mordiscos, tu pelo con mechones desmadejados…


Y sólo puedo culparme a mí mismo por mi necedad, y a la criatura sonriente que me observa agazapada desde el rincón de la pieza a oscuras.

28 mayo 2014

FaceGod

Y como si nada, un día Mark Zuckerberg anunció la novedad del milenio: Dios estaba haciendo su página en Facebook.

La noticia causó gran conmoción en el mundo. Ante los incrédulos, el propietario de la red social contaba la siguiente historia: un día, un ángel se le presentó diciéndole (con un marcado acento tejano) que el Cielo estaba en medio de una agresiva campaña de cambió de imagen. Que la imagen medieval que venían llevando estaba muy “out” y, si bien el Papa nuevo transmitía otra onda que llamaba más gente, el Jefe consideraba que necesitaban algo más global, más “marketinero”. Ahí es donde le pidieron al Zuckerberg que empezara la gestión del Sitio Web Divino. Anunció el día del lanzamiento para el cuatro de marzo.

Al principio, todo el tema fue tomado en forma de broma por informáticos y programadores; de herejía por religiosos; y de seria necesidad de atención por algunos psicólogos. Sin embargo, a minutos de haberse inaugurado el dichoso Perfil, Dios ya tenía millones de solicitudes de amistad. Parece ser que tuvo gran acepción, dado que la página cambiaba depende de quién la abriera: para los católicos y judíos aparecía como “Dios”, con la foto de perfil del ojo; los musulmanes veían a Alá; los narcisistas a ellos mismos; y los ateos se daban con un “Error 404: Page not found”.

Este hecho sirvió para confirmar el milagro. A medida que pasaban los días, el perfil se fue llenando de gente que pedía, agradecía y rezaba. Dios contestaba a todos y se daba el tiempo para compartir pasajes bíblicos y enseñanzas.

Con el tiempo, la cosa pareció ir cambiando. Dios respondía cada vez con menos solemnidad, tuteando a los creyentes e insistiendo en que le dijeran “Viejo” o “Barba” en lugar de “Señor”. A nadie le preocupó mucho hasta que un Testigo del Susodicho se indignó al ver que “Jehová indicó que le gusta Ozzy Osbourne”. Mucho peor fue cuando las instituciones de la Fe en todo el mundo se levantaron ofendidas al ver que el Altísimo compartía videos de “Bailando por un Sueño”, frases de Chespirito y fotos de la Scarlett Johannson en bolas.

Lo que fue el colmo fue el álbum de las fiestas en el Paraíso. Las fotos (tomadas por el Alfa y Omega mismo) mostraban a Mahoma y la Madre Teresa apretando en el oscurito, tequila de por medio. Otra tenía a San Juan jugando al poker con Lennon, Ghandi y Mandela por unas pastillitas de écstasy. Las más difundidas mostraban a  Jesús, Buda, Juan Pablo II, Sor Juana Inés de la Cruz y Mercedes Sosa saltando desnudos a una pileta llena de vino.

Todas las religiones se escandalizaron de tal manera que se unificaron para exigir a Zuckerberg que cerrara esa página “blasfema, insultante y excecrable”, pero éste se excusó mostrando a sus empleados convertidos en estatuas de sal al intentar clausurar el perfil del supuesto Dios.

Impotentes, los líderes de los credos volvieron a los suyo. Eso sí, cuidando a sus fieles y constantemente advirtiéndoles de “los peligros de las mentiras en la Red”.

El punto es que el asunto se olvidó en menos de una semana.


Ahora solo somos unos pocos los que seguimos visitando el perfil del Barba para leer sus consejos, joderlo por el Ask, consultarlo y darle like a las fotos de su asado con Morgan Freeman.

29 abril 2014

Diégesis

El día fue ayer cuando el autor, presa de un ardid narrativo, decidió matar a la descripción. Se sentó. Escribió un revolver y disparó contra la mímesis.
Ahora nadie puede hacer poesía, ni obras de teatro. Los realistas, naturalistas y surrealistas se desesperan. Los guías de museos, críticos de arte, historietistas, dibujantes y pintores cometen suicidio alrededor del mundo
Los lingüistas y estudiosos de las letras se lanzan a la busca del escritor homicida. En las oficinas de la RAE caen sospechosos todos los días, pero todos son liberados.
Es inútil.
Nadie puede describir la apariencia del asesino.

28 marzo 2014

Palabreándote

           Siempre fuiste buena con tus manos. Dibujabas, hacías música… eras buena en el arte. Me regalabas dibujos. Yo todo lo que podía hacer por vos era entregarte cuentos, cartas, poesías… No sabía hacer otra cosa que ejercer la más bastarda de las artes, ya que si intenté hacer obras plásticas, no me atreví casi a dártelas por lo desastroso de su elaboración.
       
            Hoy me puse a ver lo que me diste. Tenías un trazo tan fino, tan preciso. Una línea que sabía qué hacer con un lápiz, que no descuidaba un segundo ningún detalle. Sentí un poco de envidia. Leí mis escritos, luego. Tuve tanta vergüenza ante la diferencia substancial entre ellos que pensé en comenzar un ambicioso proyecto.

            Tomé un lápiz y poniéndome frente a mi cuaderno, tracé tus palabras. Primero un contorno, suave, redondeado. Palabras delicadas y suaves para tu cuello, tu cabello, tus manos, todas aquellas que me hacían quedarme admirado por horas; y otras más pesadas y vulgares para tus pechos, tu sexo y tus curvas, que me hacían perder el pudor constantemente.

            Relajando un poco mi estado, me alejé un poco para contemplar mi obra. No estaba mal, pero todavía faltaba mucho. No podía dejar de mencionar ciertos aspectos, como la pequeña cicatriz entre tus costillas, tus pequeños pies, dedos. Palabras silenciosas y elocuentes a la vez me hablaban de tu boca, y de tu voz no pude hacer más que frases risueñas, finas como cinta de seda.

            Lo complicado fueron tus ojos. Los ojos son la ventana del alma, decía no se qué escritor, filósofo, vieja de barrio, etcétera. Siguiendo ese principio, no podía sólo limitarme a trazarlos. Debía darles su carácter. Usé frases profundas, conectores significativos y adjetivos simples e indescriptibles. Todo lo que callaban las palabras de tus labios, todo lo que no puse en ellos, lo plasmé en tu mirada, en tus párpados, la 
forma en que tus cejas se mueven y palabras saladas, mojadas en tus lágrimas.

            Me pasé meses en eso. Por días no pude casi terminarlo, frustrado, atrapado y a veces estando a punto de borrar todo y empezar de nuevo. Finalmente terminé tu aspecto.

            Pero faltaba algo.

            Hice algo bajo tu figura. Tus inseguridades. Tus miedos. Escribía con pasión sobre tus aburrimientos y tedioso tus amores. Escribí cómo dabas vueltas en la cama cuando te despertabas y cómo te ponés cuando te comparan con otra persona. Cómo es que pedís un abrazo y cómo sos cuando te enojás. Lo que te gusta, lo que odiás.

            Puse todo. Puse lo que amo de vos, lo que odio de vos y lo que no me molesta tanto.

            Me llevó años,  pero lo terminé esta mañana.

            Y ahora puedo ver tu expresión cuando ves cómo te dibujé con mis palabras.

Las otras

Esta idea se me ocurrió cuando estaba en la cama con mi mujer. Era temprano a la mañana, y miraba el techo mientras la luz de la mañana todavía no alcanzaba a entrar por la ventana. Sentía mi boca pastosa, el cabello grasoso y mi erección matutina empujaba las sábanas, como desperezándose, pidiendo una excusa para volver a descansar. Me di vuelta a mirar a mi esposa. Ella dormía casi profundamente. A cada rato temblaba ligeramente, desnuda bajo las sábanas. Iba a despertarla para atender a ese pedido de descanso que venía de mi entrepierna, pero cambié de idea. Temía una negativa, o un rechazo, o una discusión que no deseaba escuchar. Cualquiera sea el caso, todo parecía demasiado problemático por una petición que podía satisfacer yo mismo.

Poniendo manos a la obra, literalmente, me entregué a la tarea. Cerré los ojos y dejé que mi imaginación volara y que mi mano marcara el ritmo. Sin embargo, al cabo de un rato, desistí. De todos los escenarios que cruzaban por mi mente en ese momento de autosatisfacción, en ninguno de ellos estaba la persona que descansaba a mi lado. Avergonzado, comencé a reprochármelo: ¿Cómo podés hacer esto? ¿Es que no tenés corazón? Esta justo al lado tuyo ¿Qué pasaría si se enterara de que no estás pensando en ella? Te dejaría…

Luego no pude evitar que esa línea de pensamiento se continuara en un escenario imaginario en el que, en mi mente, yo había engañado a mi mujer con todas aquellas otras de mis fantasías. Se lo confesaba en una mesa del patio de comidas de algún shopping.

-¿Y? ¿Qué me querías contar? – me preguntaba mientras bajaba la hamburguesa de McDonald’s y jugueteaba con las papas fritas. Yo, por mi parte, tomé un trago de la Pepsi que venía con lo que sea de porquería que me tapaba las arterias y la miré.

- ¿Viste que hay veces en las que no estoy, que digo que tengo que corregir parciales, que me junto con la banda o que tengo reunión de cátedra?

-Sí… - me dijo mientras la sospecha se alzaba poco a poco en sus ojos marrones

-Bueno… no es tan así. Ninguna de esas veces

- ¿A qué te referís con eso? – Ya las lágrimas empezaban a aflorar, pero sonrió, como queriendo convencerse de sólo se imaginaba lo que le iba a decir.

Respiré hondo.

- A que te engañé. Te engañé. Te lo digo así, clarito, porque no encuentro una forma educada o suave de decírtelo.

- Pero… ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Con quién…? – La voz le temblaba y se le quebró en varias ocasiones, pero logró mantener la compostura.

Yo procedí a explicarle todo. Se lo dije con una voz tan inexpresiva que me hizo sorprenderme de mi frialdad. Le dije que hace rato que ya no la deseaba. Que por eso no me dio vergüenza o culpa hacer nada de lo que hice. Le dije que no se tenía que sorprender, porque yo había traicionado a otra mujer antes. Le conté de las veces que lo hice. Con quiénes. Con mi ex, con mis amigas, con sus amigas, con mis compañeras de trabajo… Dónde… En la ducha, en nuestra cama, en el auto, en el parque, en el baño del bar, en la oficina de la facultad… Yo seguía hablando a la vez que ella lloraba y sollozaba y yo hablaba y me explicaba y ella sollozaba y me reía y ella corría y le gritaba y me burlaba y…

- ¿Amor?

               Ella se había despertado y me había sacado de mi ensoñación. Entrecerraba los ojos y me miraba con preocupación.

- Te estaba diciendo buen día pero no me contestaste. Estás como zombi ¿Pasa algo?

               Yo le acaricié su pelo negro, increíblemente sin despeinar.

- Nada, amor, no pasa nada.

- Bueno, aparentemente sí pasa algo – dijo mirando mi entrepierna con una sonrisa.


               Yo la besé e hicimos el amor. Mientras lo hacíamos, volví a engañarla. Y quizás ella me engañaba también.