Prendé la luz, Jorge
Me lo dijiste, ¿no?
Me lo decías todo el tiempo.
Prendé la luz, por favor, prendela, me suplicabas.
Y yo entre puteadas la prendía, porque esa puta costumbre no sólo nos ponía las cuentas de la luz por las nubes sino que pasaba las noches en vela por esa luz de mierda y por mi incapacidad de negarme de una vez.
Prendé la luz, por favor, prendela, me suplicabas.
Y yo entre puteadas la prendía, porque esa puta costumbre no sólo nos ponía las cuentas de la luz por las nubes sino que pasaba las noches en vela por esa luz de mierda y por mi incapacidad de negarme de una vez.
Porque te pregunté.
Te pregunté por qué. Por qué necesitabas que prenda las luces siempre a las tres de la mañana. Por qué te revolvías siempre inquieta al lado. Por qué te despertabas siempre con lágrimas en los ojos, ojerosa, pálida, como si vivieras con miedo.
Y me contaste de los ruidos. De los movimientos de pies. De la risa. De la voz que te susurraba atrocidades al oído con aliento putrefacto cuando te acostabas. De las manos que te toqueteaban las piernas cuando te sacabas la sábana. Como garras, me dijiste y me mostrabas los raspones. Todo eso en la noche. Todo en la oscuridad del cuarto. Y cuando prendías la luz se iba. No sabés donde, pero se iba.
Y yo no te creí. No te lo dije, pero no te creí. En secreto me cagaba de risa de vos porque pensaba que estabas loca. Que tenías sueños demasiado vívidos y te autoflagelabas de noche. Y te negaste a ir a los médicos. Y me la banqué. Porque te amo, a pesar de todo.
Te pregunté por qué. Por qué necesitabas que prenda las luces siempre a las tres de la mañana. Por qué te revolvías siempre inquieta al lado. Por qué te despertabas siempre con lágrimas en los ojos, ojerosa, pálida, como si vivieras con miedo.
Y me contaste de los ruidos. De los movimientos de pies. De la risa. De la voz que te susurraba atrocidades al oído con aliento putrefacto cuando te acostabas. De las manos que te toqueteaban las piernas cuando te sacabas la sábana. Como garras, me dijiste y me mostrabas los raspones. Todo eso en la noche. Todo en la oscuridad del cuarto. Y cuando prendías la luz se iba. No sabés donde, pero se iba.
Y yo no te creí. No te lo dije, pero no te creí. En secreto me cagaba de risa de vos porque pensaba que estabas loca. Que tenías sueños demasiado vívidos y te autoflagelabas de noche. Y te negaste a ir a los médicos. Y me la banqué. Porque te amo, a pesar de todo.
Hasta que una noche, harto de las noches en vela, me tomé unas cuantas
pastillas de zoldipem.
¿Cómo habrá sido cuando viste que no me despertaba?
¿Te desesperaste? ¿Me gritaste? ¿Lloraste mientras las manos desconocidas te tiraban de los tobillos, te agarraban el pelo, te abrían surcos en el cuello? ¿Gritaste súplicas a la voz que te aullaba en la cabeza, a la risa que sonaba en toda la habitación?
¿Te desesperaste? ¿Me gritaste? ¿Lloraste mientras las manos desconocidas te tiraban de los tobillos, te agarraban el pelo, te abrían surcos en el cuello? ¿Gritaste súplicas a la voz que te aullaba en la cabeza, a la risa que sonaba en toda la habitación?
Lo que sé es que intentaste prender la luz. Lo sé porque a
la mañana siguiente encontré tu cuerpo sin vida contra el interruptor, apagado.
Vi las laceraciones en tu cuerpo, tu cuello chorreante de sangre, tus piernas
rasgadas, tus pechos desnudos con los pezones arrancados a mordiscos, tu pelo
con mechones desmadejados…
Y sólo puedo culparme a mí mismo por mi necedad, y a la
criatura sonriente que me observa agazapada desde el rincón de la pieza a
oscuras.
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