Bosque
Hace ocho años vine a vivir a
esta casa, que construyó mi viejo. El lugar en donde se encuentra está rodeado
de vegetación. Justo atrás del alambrado que marca el fin del terreno hay una
muy cerrada plantación de limones, que se extiende hasta un bosque, un enorme
bosque, donde el viento silba por las noches entre sus ramas, como el lamento
de un antiguo dios de la naturaleza. Lejos de sentirme asustado o amedrentado,
su inmensidad me atraía como nunca.
Pasaba las horas allí,
explorando, maravillándome por sus sonidos, aromas y colores y trepándome a las
copas de los árboles, donde yacía como un hijo más de la naturaleza,
contemplando la obra bajo mis pies y sumiéndome en mis pensamientos. Era un
placer pasear por los túneles de vegetación y caer al arroyo cristalino,
seguirlo hasta encontrar nuevos escenarios, lugares impensados y darse cuenta
cómo lugares que parecían lejanísimos estaban al alcance de lo que parecían
pocos pasos a través de aquella arbolada. Había compartido tanto con aquel sitio,
que me sentía cada vez más allegado a su espíritu. Había sido el lugar que me
había acogido en mis momentos de pensamiento más profundos, en mis horas de
soledad más largas y en mis jolgorios más salvajes.
Todo cambió con el tiempo
El campo de limones fue
abandonado por la citrícola. Con el tiempo, dejaron de cuidarlo. Más tarde, una
constructora adquirió ese terreno y lo talaron por completo, dejando atrás una
triste llanura de tierra antes fértil y los mutilados troncos de los pobres
limoneros, con su sangre arbórea salpicando el suelo que antes los había hecho
crecer. Cercaron todo para traer sus infernales máquinas que levantaron
horribles edificios de concreto en su lugar. Pero no tocaron el bosque. Éste
quedó del otro lado de la valla de alambres.
Si bien al principio me
aventuraba a volver, con la llama de mi espíritu aún quemando por arribar, con
el alambrado llegaron los guardias de seguridad y sus perros, lo que hicieron
muy difícil el paso. Con el tiempo, mi pasión por ese lugar y la naturaleza se
fue apagando, ayudado por la dificultad que proponía llegar, una ligera
adicción a las nuevas tecnologías y la apatía sobre todo el asunto que suele
llegarnos cuando crecemos. Me olvidé del bosque para seguir una vida monótona y
aburrida de adolescente normal, sin ningún tipo de sorpresas ni más profundidad
que un vaso de agua.
Entonces un día pasó. Tuve el
sueño. Fue una noche en la que había una tormenta particularmente fuerte. El
viento aullaba con una fuerza impresionante, volteando tejas y árboles. La
lluvia inundaba los desniveles y golpeaba furiosamente contra las ventanas, y
los relámpagos llenaban la casa con su resplandor de luz blanca cegadora. Esa
noche encendí la radio e intenté dormirme con pésimo resultado. Estaba
asustado. Me puse a leer para distraerme hasta que el sueño me venció y me
entregó a una extraña realidad onírica.
No parecía haberme dormido. Mi
habitación se veía exactamente igual y afuera la lluvia arreciaba, cada vez más
fuerte. Nada parecía haber cambiado… excepto porque no podía moverme. Intenté
levantarme de la cama, pero me fue imposible. Mi cuerpo estaba como aferrado a
sí mismo por una película invisible, como si todo mi cuerpo, junto con mis
extremidades fuera una sola pieza lisa, sin ningún tipo de apéndice. Intenté
hablar, pero mis labios estaban completamente sellados, y mis cuerdas vocales
se sentían llenas de arena. Lo único que podía hacer era mover mis ojos para
ver a mi alrededor. Estaba asustado, pero no fue nada comparado con lo que
sucedió después. Un relámpago iluminó la habitación por un segundo, y vi, en
una esquina de la habitación, una figura. Al principio, pensé que era producto
de mi imaginación, pero a medida que la tormenta se hacía cada vez más fuerte,
los relámpagos aumentaban y la figura se acercaba cada vez más hacia mi cama…
yo luchaba desesperado, en vano, por moverme, salir de mi cama, gritar, pero
ninguno de mis miembros respondía. Al acercarse, pude ver con claridad a la…
cosa. Era completamente… deforme… Su cuerpo era delgado, torcido… lleno de
arrugas y nudos como un árbol. Su rostro era gris, con grandes ojos negros y
pequeñas pupilas verdes que brillaban en la oscuridad. Puso su horrible y
arrugado rostro tan cerca del mío que podía escuchar el quejido de sus huesos y
sus arrugas… Por un segundo, no intenté nada, hipnotizado por su mirada… luego la
criatura me quitó las sábanas, dejando descubierto mi pecho. Intenté,
enloquecido, zafarme. Sentía mis cuerdas vocales desgarradas por el esfuerzo.
Podía jurar que la criatura sentía mi desesperación, pero sus movimientos tan
lentos y pasivos me aterraban y aceleraban aún más. Con premura, puso uno de
sus largos y afilados dedos sobre mi pecho y empezó a recorrerlo, desgarrando
mi piel allí donde la tocaba… Los gritos al fin salieron de mi garganta,
desgarradores, aterrados, al mismo tiempo que la tormenta destrozaba mi ventana
y un remolino de hojas, viento y agua entraban en el cuarto como un huracán…
Desperté cubierto de sudor… la
tormenta había pasado y mi cuarto estaba exactamente igual que siempre. Aliviado,
me volví a acostar, aún tembloroso por la pesadilla. Giré en la cama e
inmediatamente sentí un dolor agudo en mi lado derecho. Curioso, me levanté y
me vi en el espejo… para ver una cicatriz en forma de un carácter extraño en el
mismo lugar donde me había tocado la criatura del sueño.
Creo que me desmayé…
Todas las noches fueron así.
Tenía terror de dormirme, por miedo a soñar de nuevo con esa figura
terrorífica. Cada vez que intentaba hablarle a alguien de ello, no podía, me
acompañaba la misma sensación que durante el sueño, esa sensación de no poder
hablar, de no poder moverme. Empecé a probar que darme despierto, pastillas y
drogas para dormir sin soñar… probé todo, pero fue en vano. Todas las noches
era vencido por el sueño. La criatura llegó una y otra vez, marcando todas las
noches otra letra en mi pecho, mientras yo no podía hacer más que observar con
horror e intentar retorcerme de dolor, sin conseguirlo.
La última noche llegó, y con
ella, la más intensa de todas mis pesadillas. El monstruo apareció, pero fue
distinto. En lugar de aparecer desde la esquina, como siempre, apareció junto a
mi cama, observándome con sus ojos verdes, fijamente clavados en los míos. Yo
estaba hipnotizado, ni siquiera intenté hacer nada cuando garabateó la última
letra en mi pecho. Luego, habló. Habló con su redonda y negra boca, similar a
los nudos de la corteza de los árboles, y su voz era como el crujido de mil
selvas, como el chillido de animales moribundos:
“Nadie… escapa…”
Hoy ya
no sé qué hacer… mi vida es un infierno… Las noches son lo de menos… pero
durante los días es cuando más sufro. Me persigue… adonde sea que vaya, esa
cosa, ese monstruo, siempre está ahí, observándome. Nadie más que yo parece verlo,
y temo haber perdido la razón… y de repente comprendo. Comprendo el mensaje
grabado en mi pecho. Entiendo todo, todo. Mi risa de desquiciado retumba en las
paredes de mi abandonado hogar, y destrozo todos los espejos de casa,
lastimando mis manos, mientras el monstruo de tronco me observa, impasible. Una
vez todos destruidos, continúo riendo mientras con la sangre de mis manos
escribo en la pared las mismas, las mismas palabras en mi pecho, esa escritura
que me condenó, por ese ser que me llevó a la locura. Y cuando finalizo, con
los últimos estertores de mi risa, siento mi vida escaparse entre mis manos tan
rápido como mi cordura. Me desplomo sobre el suelo mientras la criatura murmura
con la voz de los dioses del bosque, como el viento silbando entre las hojas de
los árboles y contemplo las palabras escritas en carmesí:
“Nunca dejes el bosque”
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