Te ponías melosa. Muy melosa.
Cuando retozábamos por los jardines de tu barrio me acariciabas por todos
lados. Me revolvías el pelo. Me acariciabas todo. Y tenías un jueguito que te
gustaba jugar. Te gustaba que te dijera reina. Y, riendo, te seguía el juego.
Me arrodillaba frente a vos, te ataba las botas, te traía pasteles (pan no, el
pan no se tiene), te acomodaba tu peluca, te sostenía la cartera en los boliches y te llevaba los tragos. Cada noche nos entregábamos al delicioso juego
erótico en sillones que emulaban mansiones y en sábanas de algodón que se convertían en seda al toque de tus dedos.
Fue hermoso hasta que con el tiempo te pusiste más
demandante. Me exigías demasiadas cosas. Que te siguiera a todas partes. Que me parara firme. Que te
reverenciara en público. Ya no hablaba sino con tu permiso y solamente podía decir alabanzas a tu persona. Todo el tiempo debía acordarme de detalles insignificante y de atender cada una de tus exigencias, por más alocadas que me parecieran. Después no me
convidaste más pasteles; y los regalos que te daba, los vendías o los cambiabas
siempre por cosas vanas, estúpidas, sin alma. Tus pequeños caprichos empezaban a molestarme, pero seguí haciéndote caso, como todo un pusilánime.
El colmo de todo fue cuando de
repente apareciste en las fiestas con ese payasito perfumado y con cara de
boludo. Que tenía plata, posta. Que el padre le había dejado el puestito en la
legislatura y que de ahí te compraba autos y eso, era verdad. Pero al tipo no se le caía una idea por casualidad. Sin embargo, era manejable, como te gustaba.
Me seguiste frecuentando, como siempre, pero cada vez menos. Yo esperaba que volvieras, hasta que un día caí en la cuenta de lo estúpido que había sido y cómo me habías hecho mierda la vida, mi amor propio, mi dignidad. Sentía asco de la persona en la que me había convertido, por tu culpa y mí culpa. Luego todo ese odio estuvo cerca de destruitme.
Ahora, ya más calmado y
habiéndome refrescado con mi vasito de granadina, veo tu cabeza sobre la mesa y
me río al pensar que fuiste tan reina y yo tan jacobino.
Basado en hechos reales?
ResponderEliminarEn la Revolución Francesa, más que nada
Eliminar